Capítulo 18

1 0 0
                                    

De inteligencia increíblemente nula, las sombras eran acólitos en mayor parte de Mors quien era el Dios de los Muertos, posiblemente el cuarto en la línea, pero el primero en heredar el Inframundo.

Rondaban a gran velocidad cada rincón de los jardines, Templos y área del Olimpo, ahuyentando a cualquiera que osara atravesarse en su camino. Las sombras eran seres que atacaban con el contacto, causando entumecimiento en sus víctimas, parálisis y de poco a poco drenando la vida de estas. Ninfas, algunos elfos, y centauros que defendían sus puestos para que nadie más saliera herido.

Mors caminaba entre los jardines danzando con una melodía clásica que él mismo escuchaba, le atraía la destrucción y los muertos que llevaba hacia el Inframundo y aun así en esos momentos nunca se dignó en llevar a aquellos que morían en manos de la sombras a su descanso eterno, y quien no bajaba por el debido camino era absorbido y se convertía en una sombra más, aumentando su ejército de muertos. Disfrutaba el poder que lo hacía tener sobre ese lugar, no imaginaba cómo se la estaba pasando Plutón.

Sus pasos espectrales lo encaminaron hacia el único lugar que no visitaba desde siglos atrás no porque no quisiera sino porque no era bienvenido. Levitó a través del enorme jardín de amapolas rojas y blancas, saboreó cada paso que daba hacia el lugar que alguna vez quiso llamar hogar. Traspasó las paredes prohibiendo la entrada a las sombras que le acompañaban y encontró a la Diosa sentada en su trono, su aspecto era rígido como si ya estuviera esperando su visita. Con cabello azabache y rasgos afilados, entonces sus ojos se posaron en su presencia.

—Madre —la Diosa Nox frunció el ceño ante la ronca voz de su hijo y bufó llevando las yemas al tabique de su nariz—. Estabas esperándome.

—Estaba esperando que no cometieras esta estupidez —confesó—. ¿Es que no ves lo que están haciendo Plutón y tú?

—Estamos haciendo justicia madre —la mujer soltó una carcajada—. Esperaba que lo notaras.

—Lo único que veo aquí es tu ineptitud por el trabajo, no eres digno de ser lo que eres.

— ¿Y qué es lo que soy? —comentó enfurecido.

—Mi hijo —respondió finalmente luego de unos minutos pensando, y como cuchillos que laceraban su corazón, Mors se tambaleó hacia atrás.

Nunca en su existencia la escuchó decir sobre lo decepcionada que estaba de él, por cada decisión que tomó y cada acción, siempre estaban en desacuerdo, en cambio su hermano Somnus, el elegido, el que debía tener siempre todo porque su trabajo era enormemente recompensado.

—Literalmente me he matado por hacer lo que hago, he hecho todo para hacerte sentir orgullosa —sonrió para sus adentros e hizo que su forma espectral creciera un poco más superando la altura de su madre, ésta entornó su mirada en él y se puso de pie para enfrentarlo—. He estado tan equivocado sobre ti y estoy tan satisfecho de poder hacer tu mundo a pedazos.

Gritó la última palabra desenvainando su hoz que cayó sobre el trono con un sonido atronador, se partió en dos. La Diosa saltó y con una fuerza sobrehumana lo tiró hacia la pared que se estrelló por completo.

Un gruñido salió de su cuerpo erizando la piel de la mujer, en una vaivén de su hoz la golpeó cortando su brazo y si no fuera por aquella velocidad en la que se apartó lo hubiese perdido por completo. Ya no había razonamiento en la mente de su hijo y de todos modos se vio obligada a detenerlo antes de que alguien más lo hiciera, algo que no lamentaría.

Golpeó su esquelético cuerpo con una columna y fue a parar hasta el jardín destruyendo el terreno a su paso. Con un movimiento volvió a dejar caer su hoz rompiendo el suelo, la Diosa apareció detrás de él y lo pateó haciendo que trastabillara hacia enfrente, movió la hoz una vez más y la hizo retroceder por completo.

Por amor a los Dioses.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora