Epílogo.

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Caminaba de un lado a otro esperando hasta que vio a Olympia cruzar la habitación con unos jeans y un cárdigan de color gris con camiseta blanca, el cabello le revoloteaba alrededor de los hombros, danzaba con una melodía que la hacía feliz.

En el tiempo que la llevaba conociendo no recordaba ver que sus ojos brillaran con tanta picardía, le atraía la centellante atracción que tomaban ahora por el simple hecho de sentirse más segura de sí misma. Un autoestima que había logrado construir y estaba feliz de haberla visto desarrollarse.

Cuando Olympia se enteró de lo que había pasado le hizo quedarse pasmada por un buen rato, sólo pasaba la mirada por Mors y Adam una y otra vez e incluso abrió la boca para formular una pregunta, pero la cerraba enseguida por precisamente todas las dudas que le cruzaban por la cabeza sin saber cómo acomodarlas. No habló hasta bien entrada la noche, que palmeó un poco su cama llamando a Adam y apareció de inmediato junto a ella en el lugar que había hecho esa acción. Todavía no se acostumbraba a verlo saltar en el espacio y tiempo a voluntad. Se encogió junto a él y Adam besó su hombro con suavidad, la electricidad que mandó dentro de su corazón le inundó por completo.

—Entonces, una eternidad —murmuró apenas elevó el rostro para verle—. Una eternidad es mucho tiempo.

—Lo es —rio recordando lo solitario que era a veces, si no fuera por Orcus y Mors, ya se hubiese vuelto loco, a menos que ya lo estuviera como mencionaba Leonardo en todo momento—. Puedo devolverte tu mortalidad, pero incluiría olvidar todo lo sucedido entre nosotros y demás, ya sabes, nada sale como uno quiere ni siquiera siendo un Dios.

—Entonces, quedarnos juntos no es una opción si la inmortalidad no viene de por medio.

Él meneó la cabeza confirmando su más grande miedo, tendría que olvidarla y nunca en su vida podría imaginar pasar un día sin ella, no quería que todo quedara así. Y no quería dejarlo, no cuando su vida se había convertido en una mujer que le reprochaba todo y lo hacía inimaginablemente feliz.

—Podría dejar mi inmortalidad si así lo deseas —suspiró consciente de todo lo que conllevaba, y ahora que Júpiter se enfrentó a él tal vez le dejaría en paz y esperaba que fuera así de una buena vez por todas, Mors subiría en línea al trono del Inframundo y él viviría por siempre feliz con la única mujer que logró domar su corazón.

—No suena divertido eso —interrumpió sus pensamientos y enmarcó las cejas risueño con una sonrisa jocosa—. Suena mejor ser un Dios que todo lo puede.

—Sólo eres inmortal, no te convertirás en Diosa —replicó también riendo.

—Pero, Mors me dijo que si me unía al lado oscuro podría recibir una cantidad asquerosa de dinero, mucha comida...

—Y un llavero malvado, sí, lo comentó. No entendió tu sarcasmo —le reprendió meneando la cabeza, ella rio muy apenas—. Es sólo un niño en tu época, todo le parecerá sorprendente y muy apenas comprenderá lo que le digas.

— ¿Podrías darme tiempo para pensarlo? —Adam asintió rodeando el cuerpo de la mujer con sus brazos, le quedaba claro que no era una decisión sencilla, debía tener en cuenta que su familia entera desaparecería mientras ella viviría por siempre. Entonces sintió sus delicados brazos rodear su cuerpo también y le abrasó una calidez más profunda, todo su cuerpo ardía por esa pequeña mujer.

—Ahora que tenemos un problema menos, ¿podré saber por qué renunciaste? —negó con un balbuceó y se alejó nerviosa de saber que no olvidaba aquella diminuta situación—. ¿Fue Cameron cierto? Tengo que pedir su alma, sólo para llevarlo al Tártaro yo mismo.

Rio por lo bajo imaginando que se metería en líos si seguía pidiendo almas que no eran de su panteón.

—Bueno, no obtuvo la casa de mis padres, pero sí el diminuto hogar que habíamos comprado juntos no tenía mucho dinero ni ganas de seguir trabajando o pelear por ello así que, renuncié y fui a correr a los brazos de mis padres.

Por amor a los Dioses.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora