Capítulo 11

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Mirna Henson descansaba en la cama de hospital, lo único atada a ella era el suero combinado con antibióticos y el deseo de seguir aplazando el tiempo para seguir viendo el rostro de su esposo.

Hank tomó la mano de su esposa y entrelazó los dedos, le sonrió con lágrimas en los ojos, el silencio reinaba la habitación, no era necesario decir algo, no hacía falta.

Adam entró unos minutos después, una capa de sudor cubría ligeramente su frente y enseguida sus ojos se humedecieron, corrió hacia el brazo extendido de Mirna y colocó su mejilla contra la palma.

—Ayúdala, Plutón, por favor —murmuró con la voz quebrada.

—Amor —su hilo de voz fue apenas perceptible, Adam elevó la cabeza para verla—. Agradezco lo que hiciste por nosotros, ya es momento. Desearía haber conocido a la chica que tanto te tiene loco.

Rio entre lágrimas y agradeció que el buen humor de la mujer seguía intacto.

—Me hubiera encantado que la conocieras —la mano de la mujer se deslizó en la mejilla de su marido. Y es que sí la conocía, pero con el paso del tiempo comenzó a olvidar poco a poco ciertas cosas—. Los dejaré solos. Alargaré todo el tiempo que pueda.

Los dos agradecieron su gesto y entonces salió de la habitación.

Deambuló por el hospital buscando un poco de café y recordó los viejos tiempos.

Hank Henson caminaba con rapidez por la calle con temor, llevaba unos cuantos papeles apretados contra su pecho, giró en un callejón sólo para encontrarse con un hombre tirado y parecía mal herido.

—Amigo, ¿te encuentras bien? —Adam gruñó en cuanto le tocó el hombro, revolviéndose por el dolor siguió soltando maldiciones en otro idioma que no entendía—. Disculpa, ven, déjame ayudarte.

El hombre de casi dos metros contra la altura de un joven de uno con cincuenta se recargó completamente sobre su espalda y tardó al menos una hora en llegar a su departamento con el tipo a cuestas.

—Gracias —murmuró en cuanto le dejó caer sobre el pequeño sofá, ni siquiera sus pies cabían completamente.

— ¿Cómo te llamas amigo? —preguntó mientras le entregaba un vaso con agua, este lo sostuvo con dificultad.

—Plutón.

Y cayó en un profundo sueño durante un día entero. Hank no estaba seguro de cómo cuidarlo, y lo único que logró fue llevarlo a la cama donde tampoco cupo, los pies le colgaban. Iba a trabajar y regresaba para seguirle cuidando.

El día que despertó comió casi toda la despensa del chico, y bebió todo lo que pudo. La comida le sabía deliciosa, el viento que golpeaba contra su cara le sorprendió, el sol que besaba su piel e incluso las estrellas que disfrutó ver durante toda la noche—. El día que nos conocimos, ¿qué estabas haciendo?

—Un sueño tonto —rio apenado—. Yo... Hay una chica, ella... Son tonterías.

—Una mujer, ¿a la que amas? —preguntó confundido, ese día apenas cumplía 2 meses en el plano terrenal y no comprendía del todo a los humanos—. ¿Por qué no simplemente le hablas?

—Bueno, porque es sumamente rica y yo, soy sumamente pobre y patético.

—Lo de patético no puedo arreglarlo, con respecto al dinero, puedo ayudarte.

Hank dejó escapar una carcajada y se echó hacia atrás.

—Si me ayudaras con dinero no sería yo mismo.

—No, ya lo has dicho, seguirías siendo igual de patético.

A partir de ahí se mantuvo junto a él, desde que se casó con Mirna y lo llevó al altar, cuando perdió a su único hijo y él adoptó el nombre de Adam Henson hasta entonces juró cuidar de ellos.

Por amor a los Dioses.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora