La chica caminaba de un lado hacia otro observando la pantalla frente a ella, la fiesta estaba en su auge y aun así no se detuvo ni por un segundo, entregando a todos su mejor sonrisa, el día tan importante por la entrega del nuevo libro de la saga que traía a todas las chicas vueltas locas.
—Olly —murmuró su amiga, ella giró para verla con el ceño fruncido. Llevaba toda la noche persiguiéndola para que tomara un respiro, había logrado escabullirse varias veces, pero creía que esta vez no podría lograrlo al ver a la mujer solapar los orificios de su nariz—. Debes descansar un poco, todo va muy bien. El jefe aún no se aparece, la comida está deliciosa, así como tú.
Soltó entre risas, Olympia arrugó la nariz enfada, su amiga constantemente le soltaba palabras que la hacían sentir extrañamente tranquila haciéndola sentirse atractiva de vez en cuando, al menos alguien le agradecía el hecho de que había pasado más de 3 horas intentando descifrar cómo le quedaba mejor el peinado y el maquillaje adecuado para la forma de sus ojos además de esconder las ojeras y no mostrar los días que llevaba sin dormir propiamente.
—Lo sé Anne, por los cielos que lo sé, pero quiero que todo salga perfecto.
—Escucha, sólo relájate un poco, yo me encargo a partir de ahora —golpeó su hombro y la empujó hacia la mesa en la que se encontraba su silla—. Estás hermosa hoy, ve a meterte en la cama de alguien.
La chica negó imaginando todos los hombres que ridículamente buscaban un espacio en su itinerario, el cual no consideraba que tuviera un espacio, especialmente si ella no quería hacer uno.
—No es precisamente lo que quiero, sí quiero meterme en una cama, y es la mía —Anne rodó el rostro intentando no exasperarse con la idea de que Olly fuera tan testadura.
—Siempre tan relamida. Diviértete.
Estaba por replicar cuando alguien más se acercó a ella para platicar interrumpiendo la idea que llevaba pensando desde el inicio de la fiesta, una gran respuesta para dejar a su amiga con la palabra en la boca.
El hombre colocó una mano en su espalda desnuda y divagó por unos segundos, anonada por el gesto no tuvo de otra más que morderse los labios y sonreír como de costumbre. Llevaba un vestido largo color verde brillante, de tirantes y espalda descubierta. No podría decir que su perfecta figura lo modelaba, no le gustaba alardear sobre su ascendencia que le había regalado el don de comer por montones y no lograr subir de peso. Tenía curvas, lo sabía, pero sólo eran un impedimento de que las personas a su alrededor tomaran en serio su trabajo.
Con años de esfuerzo y muchas dietas, pudo bajar de sus 75 kilos a 66, estaba orgullosa de eso, aunque no tanto cuando esa misma noche por lo menos cinco personas ya le habían hecho alabanzas acerca de ello, en lugar de la fiesta tan impresionante que logró, como era de esperarse.
—Buenas noches, señorita Bellini, ¿cómo se encuentra hoy?
—Perfectamente, Sr. Leigh, me alegra que haya podido acompañarnos el día de hoy.
Un hombre cínico y con quien el dueño de Editoriales Henson tenía buena relación, no por ser un escritor de medio renombre con sus palabras machistas, escenas eróticas en gran parte de sus obras y poco sentimiento.
—No me lo perdería por nada, todo se ve de maravilla, no me sorprendería saber que fue usted la que logró esto —comentó fijando su mirada en el escote de su vestido. Logró separarse fingiendo que la música que inundaba el salón del Hotel evitaba escucharlo bien.
La fiesta de presentación del libro era estupenda, la autora manejaba fácilmente a los medios y a los invitados, no le sorprendía por qué su libro tenía tanto éxito, el carisma para ella era muy importante y esa chica, era un manojo de gracia andante.
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Por amor a los Dioses.
RomantizmEncantador, carismático, sobrenatural y misterioso: Adam Henson nunca se ha sentido parte de este mundo, ¿será porque no lo es? Un Dios entre mortales intentando aprender de ellos se ve envuelto en un romance con la jefe de su empresa, Editoriales H...