Michelle Howard aborrecía a los vampiros con todo su ser, tenía como objetivo eliminarlos y luchó durante mucho tiempo para conseguirlo... Hasta que, por cosas del destino, se convirtió en una de ellos.
Después de una guerra casi interminable, acab...
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Pasaron un par de días y continué mis entrenamientos con Axel, los cuales fueron muy gratificantes para mi crecimiento como vampiro o como ser sobrenatural en general. Poco a poco me comencé a adaptar a mis nuevos poderes de la manera más completa que pude.
Aún me faltaba mucho camino por recorrer; pero Axel era un excelente profesor y en lo que me concierne, había mantenido el ambiente meramente profesional. O bueno, lo más profesional que se podía.
Si bien no faltaba la tensión, ya que por alguna razón, nosotros destilábamos tensión aunque no quisiéramos y siempre había uno que otro toque que me hacía jadear involuntariamente o uno que otro acercamiento que me ponía el pulso a mil e incluso alguna mirada que sentía más acalorada de lo necesario, lo cierto es que no habíamos sobrepasado los límites.
Aún.
Pero más allá de eso, me sentía cada vez más cómoda en la presencia de Axel.
A pesar que si me intimida un poco, ya fuera por su edad, su estatus, su poder, lo que despertaba en mi cuerpo o las nuevas maneras en que estaba logrando meterse debajo de mi piel, yo me sentía segura con él y era una sensación a la que no me había acercado hace mucho tiempo con alguien.
Una vez superada la fase de los sentidos en mi entrenamiento, había aprendido a dominarlos con una agilidad impresionante debido a las enseñanzas que el rubio me daba y para este momento me encontraba desarrollando otro tipo de habilidades que el vampirismo traía consigo.
Esa noche, Axel estaba intentando tratar uno de mis problemas más fuertes y era el control del ansia.
Toda mi vida había lidiado con un trastorno alimenticio en el cual, cuando era humana, me alimentaba muy poco. No le pondré un nombre en específico porque es una condición particular...
Yo sí comía y sí estaba en un peso regular. De hecho estaba por encima del peso que consideraban ideal para mi estatura, sin embargo, yo pasaba largos periodos de hambre y también, ingería muy poca cantidad de alimentos, a excepción de las veces en las que tenía mis ataques de pánico, ira o cualquier desborde emocional y me atiborraba de comida hasta el punto de vomitar.
Tampoco solía comer frente a otras personas, había mil pensamientos intrusivos de cómo me veían los demás estando a su alrededor cuando me alimentaba.
Supongo que esos son los traumas que te deja ser una mujer gorda.
Y sé que es algo que se puede tratar únicamente con un especialista, pero honestamente, jamás me sentí con la seguridad de contárselo a nadie. Solamente mis padres conocían esta condición y ninguno de ellos había decidido entrometerse o prestarle mucha atención, supuse que fue debido a que nunca me vieron en los huesos.
La gente suele ignorar los trastornos alimenticios si no eres una persona delgada, al menos en mi experiencia.
Por lo que para mí era completamente normal esa condición.