IX. Lo que te pido me das

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Las horas de la mañana en las que estuvieron durmiendo pasaron rápidas y lentas a la vez, sólo por lo bien que estaban descansado se sentían eternas mientras que se terminaban demasiado pronto. Así llegó el momento en que se despertó Spreen, siendo consciente lentamente de que aún tenía a Carre entre sus brazos. Sonrió un poco ante la tierna imagen frente a sus ojos del más bajito durmiendo, y enseguida intentó correr su brazo para poder levantarse, la panza hasta le hacía ruido del hambre que tenía. Pero su intento fue totalmente fallido, porque Carre tomó su brazo con su mano, acomodándolo para que siga abrazándolo como hasta entonces.

No estaba dormido como el pelinegro creía, y esa actitud "caprichosa" para que no rompiera el abrazo hizo reír a Spreen.

– Voy a preparar algo para comer – dijo en un tono bajito y dejó un beso en su cabeza antes de levantarse.

En cuanto sintió el peso dejando la cama Carre abrió los ojos, siguiendo con la mirada al pelinegro con el ceño fruncido hasta que cruzó la puerta. Su cerebro se quedó recalculando por un momento, no era normal que Spreen sea cariñoso, pero a la vez le hizo sonreír porque le encantaba ese cambio que parecía haber hecho.

Sin todavía ganas de dejar esa enorme cama, decidió quedarse un rato más ahí, simplemente haciendo fiaca. Total, no tenía nada mejor que hacer. O al menos eso fue hasta que sintió el olor a tostado que venía desde la parte de abajo del departamento e instantáneamente se activó el hambre que no había sentido hasta entonces en ningún momento.

Se levantó despacio, totalmente cansado de la noche que había vivido un jueves, y se dirigió hacia la cocina casi arrastrando los pies de la paja que le estaba dando caminar en ese momento. Ahí se lo encontró a Spreen, preparando unos tostados de jamón y queso a pesar de que él no le hubiera pedido uno. Lo cual agradecía, porque ahora que su apetito se había abierto se moría de hambre.

Le dio mucha ternura verlo así, tan concentrado en su tarea que ni le prestó atención a su llegada, y tan lento como había llegado a ahí avanzó hasta quedar exactamente detrás del pelinegro, poniendo las manos en su cintura y dejando un beso en su nuca (que era el lugar exacto en el que su altura le permitía hacerlo sin tener que ponerse de puntitas de pie). Se separó al instante con una sonrisa, totalmente consciente de lo que acaba de hacer.

– Buen día – saludó ya a su lado, con voz algo ronca por llevar tanto tiempo sin hablar.

– Buen día, te preparé un tostado – dijo lo más neutral posible aunque por dentro se sintiera algo raro. – No sé si querés pero bueno, ya que me hacía uno yo...

– Sí quería, gracias – seguía con su sonrisa plasmada en la cara. – Me estaba cagando de hambre – dijo después de dar el primer bocado.

En el momento Spreen no se pone a pensarlo, pero en el fondo sabía que no era normal la manera en la que se estaban comportando desde la noche anterior, demasiado cariñosos para su relación normal de amigos que tuvieron siempre y pasando el límite de ser amigos con derecho que no implicaba más que lo sexual. Sin embargo, sin la necesidad de planear nada más, simplemente siguen de manera casi automática la rutina que se había ido creando de comer y pasar un rato juntos como siempre que Carre se quedaba a dormir ahí hasta que finalmente se fue. Es recién ahí que, una vez que están solos cada uno por su lado, empiezan a pensar en todo lo raro que pasó esa vez que la hacía diferente a las demás.

Debe ser que hace mucho que no nos vemos, se quiso justificar Spreen internamente con cualquier tontería que no tenía ningún sentido. Si sólo habían extrañado coger no tenían por qué ser cariñosos, y tampoco hacía tanto tiempo que no se veían, habían estado mucho más sin hacerlo cuando no eran amigos con derechos. Pero él tomó esa excusa como la explicación más lógica posible, y se quedaría con eso con tal de encontrar un sentido a lo que había pasado.

Poca Luz | Spreen x CarreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora