IV. Nos fuimos del VIP

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En la vida de Rodrigo la resaca nunca había sido una buena compañera. Gracias a ser alguien que no disfrutaba tanto de salir de fiesta no era algo que viviera muy seguido tampoco, pero cuando la experimentaba le resultaba casi insoportable.

Abrió los ojos haciendo un esfuerzo sobrehumano después de apretarlos fuertemente, en un intento absurdo de intentar que su dolor de cabeza se apaciguara mágicamente. La vista estaba algo nublada por esa simple acción, pero con unos cuantos parpadeos se le fue aclarando y, con eso, fue capaz de comenzar a ver su alrededor e identificarlo.

No estaba en su casa.

No estaba en su habitación.

Sin embargo, era una habitación que él conocía muy bien a pesar de no ser la suya. Cerró los ojos nuevamente y suspiró profundo, su mente despertándose de repente al ser consciente de dónde estaba y lo que había pasado. Giró entonces hacia un lado, en dirección al centro de la cama, con los ojos aún cerrados y los nervios a flor de piel por lo que sabía que se encontraría ahí al abrirlos otra vez y que tendría que afrontar. Cuando finalmente tomó el coraje para hacerlo, se encontró con el pelo negro desordenado de la nuca de su amigo sobre la almohada, que descansaba tranquilamente a su lado en la cama, con la respiración lenta y la espalda desnuda algo descubierta por las sábanas y frazadas que habían servido de abrigo aquella mañana. Todavía sumido en la ignorancia absoluta de la situación que le otorgaba el sueño.

Volvió a suspirar, no sabía muy bien qué hacer en esa situación. Tenía un revoltijo de pensamientos en la mente, pero ninguno de ellos incluía despertar al pelinegro en ese momento. Se decidió entonces por lo que le parecía la mejor opción: se acercó a la espalda ajena para dejar ahí un beso tan leve que hasta despierto sería prácticamente imperceptible y se destapó para salir lo más cuidadosamente posible de la cama.

Se vistió lo más silenciosamente que pudo, trastabillando a veces por la oscuridad, pero ayudado por la escasa luz que pasaba por la rendija de la puerta que había quedado entreabierta, agarró sus cosas que habían quedado esparcidas por ahí y finalmente salió de la habitación con el mismo cuidado con el que había hecho el resto de las cosas. De la misma manera bajó las escaleras y se dirigió al baño, ya no corría riesgo de que lo escuchara y despertarlo.

Poco más de media hora fue el tiempo que demoró en hacerlo por sí solo.

Spreen se despertó como cualquier día normal después de salir de joda. Agarró su celular para mirar la hora que marcaba las 14:20 pm y volvió a bloquearlo (dejaría revisar las notificaciones para más tarde), se refregó los ojos mientras bostezaba para después desperezarse, estirándose lo más posible boca arriba, aprovechando como siempre el espacio que tenía en la gran cama que se había comprado para el solo cuando se mudó a Buenos Aires.

Fue ahí que se dio cuenta de una cosa, estaba completamente desnudo. Y eso no era algo normal en él, no era de esas personas a las que le resultaba cómo dormir de esa manera, y menos con el clima que hacía en esa época en la ciudad. Frunció el ceño, todavía demasiado dormido como para entender algo, no entendía nada.

De repente se percató de otra cosa. Se sentían ruidos en la planta baja de su departamento. No eran fuertes, eran ruidos casi imperceptibles, como si el culpable de hacerlos estuviera intentando con todas sus fuerzas que no se escucharan a pesar de fallar en el intento. Era una persona en su cocina, usando sus cosas. Por un momento, sólo un minuto, se asustó. Pero fue sólo eso, un minuto en el que todavía estaba demasiado dormido, porque entonces conectó todo y supo de quién se trataba cuando finalmente reaccionó.

Se cubrió la cara con ambas manos, sin saber qué hacer por lo muerto de vergüenza que estaba mientras las imágenes de lo que había sucedido la noche anterior se reproducían una tras otra en su mente como si de una película se tratase.

Poca Luz | Spreen x CarreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora