CAPÍTULO CUATRO

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—¿Qué acabas de aceptar sin preguntarme? —preguntó Eric, pálido, cuando Matthias colgó la llamada.

—No acepté nada. Simplemente le dije que te pasaría el mensaje.

—No te hagas el misterioso. ¿Qué mensaje?

—Te invita a venir a la noche de juegos del viernes —le informó, al momento en que el timbre de su casa se escuchó—. Yo iré a ver la comida.

Eric se quedó pensando mientras Matthias hablaba con el repartidor y luego regresaba con él.

—¿Platos?

Eric se dio la vuelta y entró a su pequeña cocina para sacar platos y vasos de las alacenas.

—Escucha, si no quieres ir, no tenemos que ir —quiso tranquilizarlo Matthias, cuando Eric regresó a la sala de estar.

—¿No tenemos? —preguntó, colocando los platos sobre la mesa.

—No tenemos.

—No, sí tenemos. ¿No se supone que todo esto ocurrió porque quieres demostrarle a tu familia que estás locamente enamorado de mí?

—Pero siempre puedo decir que no estás listo.

—No seas tonto, Matthias. Si haces eso, creerán que mentiste y estás buscando excusas para no decir la verdad.

—¿Y te gustaría ir?

—¿Tengo opción?

—Siempre tienes opción.

Eric sonrió al escucharlo. Se preguntaba cómo se pondría si le dijera que no.

—Sí quiero ir. Siempre he tenido curiosidad por cómo se comporta la gente rica entre ellos.

—Lo verás de primera mano, no te preocupes.

—Matthias —llamó, cuando se estaban poniendo los guantes de plástico.

—¿Sí?

—¿En serio me puedo negar cuando no quiera hacer algo?

—Por supuesto que puedes. No quiero que esto sea más duro para ti. Ya estás haciendo demasiado por mí.

Aquella respuesta hizo sonreír a Eric nuevamente. No respondió, sino que se enfocó en servir la gaseosa.

—Oye, ¿y qué se hace en la noche de juegos?

—Más que nada es cenar entre familia y luego jugar algún juego de mesa y pasar el rato.

—Amo los juegos de mesa. ¿Qué juegan?

—Depende de en qué grupo familiar te quieras meter. Algunos juegan Monopoly y otros Pictionary. Los más jóvenes juegan UNO y los más viejos juegan ajedrez o juegos parecidos. Mi abuela lo implementó cuando mi abuelo murió.

—Suena divertido.

—Lo es —dijo, con una sonrisa que suavizó su rostro.

—Me pone nervioso esto. Prométeme que no me dejarás solo —pidió, un poco ansioso.

—No puedo prometer algo que no sé si cumpliré —la respuesta de Matthias le hizo fruncir la nariz.

—Me estás haciendo replantear mi decisión.

—Lo siento, pero no sé qué tengan planeado el viernes; lo que sí te puedo asegurar es que estaré todo el tiempo que me sea posible a tu lado.

—Gracias. Ahora, necesito que me empapes de información sobre ti. ¿Dónde estudiaste de pequeño? ¿Qué te gusta hacer?

Entre Mentiras y VerdadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora