El protagonista de la historia es Auland en sí mismo, el reino envuelto en una tradición centenaria que sirve de excusa para la esclavitud sexual y prostitución. Según ella, las chicas de clases medias y bajas son obligadas a servir a los hombres de la clase alta por un periodo de tiempo antes del matrimonio. Al terminar sus contratos, quedan a su suerte, cada una enfrentando un destino diferente.
Maite, la madre de las protagonistas, tiene la suerte de conocer a José, un joven policía que se enamora de ella y terminan casándose. De esta unión nacen Anabelle y Amanda, gemelas. Para salvar al menos a una de sus hijas de la tradición, deciden enviar a Anabelle a Estados Unidos, donde la chica crece en el seno de una familia amorosa.
Anabelle se convierte en policía, siguiendo el camino de su padre y hermano adoptivo. Es una agente joven y exitosa, hasta que se ve envuelta en un caso difícil y arriesgado. Se infiltra en una organización criminal y es descubierta; sufre a manos de sus captores lo indecible y queda embarazada solo para después perder el niño. Es rescatada por sus colegas, pero lo sucedido deja mella en ella; convirtiéndola en una mujer más severa y desconfiada y con el deseo incansable de buscar venganza.
Por otro lado, Amanda crece sabiendo que un día deberá cumplir su destino. El único obstáculo que encuentra es Cristian, de quien está perdidamente enamorada. Su vida da un cambio drástico cuando, en el mismo día, Cristian le pide matrimonio y le llega la carta donde reclaman su presencia en el palacio. A partir de ese momento, se pierde cualquier señal de la joven.
Debido a la desaparición de su hermana, Anabelle pisa por primera vez su tierra natal. Al descubrir que el hombre a quien debía servir Amanda es nada menos que el príncipe de Auland, decide hacerse pasar por ella, decidida a hacer temblar el sistema. Al mismo tiempo, reúne su equipo y se da a la búsqueda de su hermana.
—¿Podemos hablar? —Edoardo estaba en su habitación cuando regresó del consultorio.
—Estoy cansada. —Pasó de largo y se encerró en el baño, esperando que la ducha se llevara todas sus malas emociones.
Después de la conversación con Sofía, añadiéndole otras piezas al rompecabezas que presentaba la muerte de Luccio Russo, se sentía al borde del colapso. Y lo último que necesitaba era tratar con Edoardo y recordar su traición. Más, al parecer, él estaba decidido a hablar, porque la esperaba en el mismo lugar cuando salió del baño.
—Tienes que escucharme. —insistió este.
—Lamentablemente, no estoy sorda. —se lamentó—. Estoy cansada, Edoardo. —repitió—. Acabo de volver de un funeral, sufrí un golpe en la cabeza y fui interrogada como una criminal en mi propia casa. Me enteré que de mi novio me engaño con la persona que más me odia en este lugar y tuve una operación que duró horas. Merezco un poco de descanso. —Se dejó caer sobre la cama, esperando que captara la indirecta y saliera.
—Nunca nos prometimos fidelidad. —Una risa escapó de la garganta de Gina ante sus palabras. Se levantó sobre sus codos para mirarlo a la cara, para darse cuenta de que estaba hablando totalmente en serio.