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Salió de la habitación que ocupaba Luca con cuidado para no despertarlo. Al joven no le gustaba el confinamiento al que estaba obligado; preferiría mil veces salir y buscar a las personas que le dispararon él mismo. Gina cerró la puerta y casi soltó un grito al voltear y darse cuenta de que no estaba sola en el consultorio.

—No hemos terminado de hablar. —dijo Elisa, apoyada sobre su escritorio. Gina la rodeó para sentarse en su silla, cruzándose de brazos.

—Yo creo que sí. —replicó con calma.

—Aún no me explicaste que tienes que ver con Bianchi. —insistió. Gina calló por un momento, observándola con la cabeza ladeada.

—Te encantaría escuchar que tengo algo con él. —Dedujo, luego soltó una risa—. Lamento decepcionarte, cara. Todas esas fotos que tienes son situaciones normales que tu imaginación sacó de quicio.

—¿Sí? —Sonrió Elisa—. ¿También fue una casualidad que Alessandro haya ido a Boston semanas antes de que tú volvieras? —Gina negó con la cabeza.

—Yo que sé por qué estaba Bianchi en Boston. —Se encogió de hombros—. Esta conversación ya no tiene sentido, Elisa.

—Solo quiero encontrar al asesino de mi hermano. —Por un momento sintió pena por la otra mujer—. Y no pararé hasta lograrlo, aunque tenga que destruirte en el camino. —amenazó, dándose la vuelta. Llegó hasta la puerta cuando Gina preguntó:

—¿Estás investigando realmente la muerte de tu hermano? ¿O, simplemente decidiste que lo hizo Alessandro y ahora buscas pruebas para demostrarlo? —Elisa se detuvo con el picaporte en mano, giró lentamente hacia Gina.

—Claro que estoy investigando. —sonó ofendida—. Por eso sé que fueron ellos quienes lo hicieron. —insistió. Estaba convencida de ello y Gina no podía hacer nada para convencerla de lo contario; no sin revelar secretos que era mejor mantener así.

—¿Hablaste con el forense que hizo la autopsia de Luccio? —Ella se volvería loca si algo le pasará a su hermano; haría todo lo posible para encontrar a los culpables. Por eso le dio a Elisa un pedazo de información, lo que haría con ella ya no era problema de Gina.

—¿Qué tiene que ver? —Quiso saber, pero inmediatamente negó con la cabeza—. No importa. A ti no te creo nada. —Salió dando un portazo, pero la doctora ya estaba acostumbrada a sus desplantes que ni se molestó.

Se reclinó en la silla, tomó el bolígrafo que le había regalado su hermano y empezó a darle vueltas entre sus dedos. Se sentía más cerca de él de esa manera, aunque el anhelo empezaba a hacerse insoportable. Cada día que pasaba era más difícil mantenerse alejada. Y, lo peor de todo era que ni siquiera sabía si aún valía la pena ese sacrificio. Resopló, levantándose. Decidió caminar de regreso a la villa; el aire fresco de la tarde le ayudó a calmar sus nervios. Nada estaba saliendo como ella lo planeaba. Nunca pensó que aterrizaría en medio de una guerra, que la muerte se convertiría en su día a día y que afrontaría todo ello sin Edoardo a su lado.

La calma que logró alcanzar durante su paseo se vio arruinada apenas cruzó el umbral de la casa.

—Al menos podrías decirme que está sucediendo. —Era la voz de Edoardo y Gina se debatió entre entrar para ver qué sucedía y seguir hasta su habitación, lejos de él—. ¿Por qué siento que me mantienes a las oscuras? —Siguió diciendo el hombre. La doctora decidió entrar, pero se mantuvo en la puerta. Aurora también estaba parada ahí.

¿Cosa succede? —susurró; Aurora se encogió de hombros.

—Ya te lo diré cuando venga el momento. —Carlo estaba sentando en el sillón, bebiendo su café y en absoluto alterado por los gritos de su hijo.

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