Corrió por el pasillo sin mirar donde realmente iba. Las voces se escuchaban desde la habitación de Edoardo; abrió la puerta con estruendo y se detuvo en seco al verlo despierto. Una sonrisa apareció en su rostro, pero la corrida le estaba pasando factura. Se apoyó de la pared con una mano, buscando recuperar el aire.
—¿Come stai? —preguntó con voz entrecortada, antes de caminar hacia él. Edoardo tomó un sorbo de agua que le ofrecía Aurora, bebió con dificultad.
—Bien. —dijo en voz baja, estirando la mano para juntarla con la de Gina. La mujer se apresuró a tomarla, dándole un suave apretón—. Ahora, mejor. —susurró. Gina sintió como Aurora y Carlo se retiraban, pero no quitó la mirada de Edoardo. Temía que, si lo hacía, se daría cuenta de que todo aquello era solo un sueño.
—¿Te duele? —Él asintió. Gina suspiró.
—Eso está bien. —musitó, revisando el vendaje que cubría su cuello. Edoardo trató de reír, pero le salió una mueca de dolor.
—Que crudele. —comentó. Gina lo miró sin comprender, hasta que recordó lo que acababa de decir.
—Me refería a que, si te duele, significa que no hay ningún daño permanente en los nervios. —explicó—. Aunque, te lo tienes bien merecido. —añadió—. Hasta a mí me enseñaron que nunca entras a una estancia sin antes comprobar cada rincón. —Edoardo apretó su mano con fuerza.
—Tenía cosas más importantes que comprobar. —Un poco del enojo de Gina desapareció con sus palabras, pero no le permitió verlo—. ¿Cómo están todos? —quiso saber.
—Ya habrá tiempo de ponernos al día. —Le quitó importancia—. Debes descansar.
—Llevó descansando cuanto... ¿días? —preguntó. Gina negó.
—Semanas. —corrigió—. Dos semanas. —precisó. Edoardo suspiró, perdiendo la mirada en el horizonte—. Giulia acaba de dar a luz. —Comentó, buscando alegrar el momento—. Fue la primera vez que traje a un bebé al mundo. —le contó, Edoardo sonrió con tristeza.
—¿Ella está bien? —Gina asintió.
—Las dos están perfectas. —aseguró—. Y esa es toda la charla por hoy. En serio, debes descansar. —insistió.
—¿Te quedas? —pidió. Gina no quiso decirle que había pasado días y noches durmiendo ahí, a su lado.
—Certo. —Edoardo volvió a esbozar una sonrisa; en cuestión de segundos se quedó dormido de nuevo.
—¿Ya le dijiste? —Desde que habían firmado el contrato de paz, Alessandro pasaba más tiempo en la villa De Santis que en su propia casa. Y si bien Gina quería pensar que lo hacía para estar más cerca de ella, algo le decía que la estaba usando como excusa.
—No. —respondió, bajando la mirada.
—¿A qué esperas? —Quiso saber su hermano—. ¿A qué el bebé nazca?