—Es inútil. —dijo Aurora después de diez minutos observando a Alessandro mientras intentaba quitar las tablas de madera de la única ventana que tenían.
—¿Tienes una idea mejor? —le espetó. Aurora se encogió de hombros.
—Guardar las fuerzas para cuando realmente las necesitemos. —ofreció, Alessandro se detuvo un segundo antes de volver a comenzar con su labor.
—No entiendes que no habrá otras oportunidades, ¿verdad? —gruñó—. Si no salimos ya de aquí, nos sacaran en bolsas de plástico. —La imagen visual perturbó a Aurora, pero no se dejó amedrentar por su tono de voz brusco.
—Sé que quieres llegar hasta Gina cuanto antes. —habló con cuidado, consciente de que estaba pisando terreno peligroso. Después de la última revelación de Alessia, el hombre no tuvo más remedio que decirle la verdad sobre Gina y él. Aurora aún encontraba difícil de creer que su mejor amiga había pasado por un calvario así a tan corta edad—. Pero, te olvidas que ahí afuera hay toda una organización buscándola. —dijo, Alessandro no respondió—. ¿Qué te hace pensar que tú podrías hacer algo que ellos no? —insistió. El hombre, frustrado por sus intentos inútiles y la voz molesta de la joven, golpeó la pared con fuerza. Gruñó por el dolor.
—Tu hermano no es precisamente mi persona favorita en el mundo. —contestó, fulminándole con la mirada. Aurora asintió.
—No estaba hablando de mi hermano. —corrigió—. Gina es una de las personas más amadas en mi familia. Cada uno de los miembros de la organización daría la vida por ella. —Era verdad, a veces pensaba que su propia gente la vendería a ella por el bienestar de Gina. No se enojaba por ello; ella misma se había dedicado a ser la princesa perfecta que vivía alejada de la gente común, Gina siempre procuró ser de ayuda para su pueblo—. Dicho eso, Edoardo se equivocó. Pero, arrasaría con el mundo entero por ella.
—Permíteme dudarlo. —siseó Alessandro.
—No te lo permito. —Replicó, enojándose—. Estuve a su lado cuando ella se fue. Estaba roto, pero nunca hizo nada para detenerla. Sacrificó su propia felicidad por ella. Y sí, un día ya no pudo más y cometió un error. No se merece que lo juzguemos tan duramente por ello. —insistió. Alessandro le quitó importancia con un ademán, volviendo hasta la ventana.
—Yo sé dónde está. —dijo después de varios minutos de silencio tenso.
—¿Che? —preguntó Aurora, insegura de haber escuchado bien.
—Reconocí el lugar donde la tienen. —explicó—. Está en nuestra vieja cabaña. —le contó. Aurora se puso de pie, se apoyó en la pared hasta que el mundo dejo de girar a su alrededor.
—Pudiste haber empezado por ahí. —reprendió, caminando hacia él—. ¿Qué puedo hacer? —ofreció; el hombre rio.
—Volver a sentarte. —dijo—. Y seguir vigilando la puerta.
—No soy estúpida. —espetó—. Si una mosca vuela por ese pasillo, lo escucharíamos. Así que, dime cómo puedo ayudar. —insistió. Alessandro la miró por un segundo demasiado largo, estudiándola. Finalmente, suspiró.
—Mantén presión en este lado de la tabla. —le dijo—. Trataré de tirar de ella, si logramos quitar al menos una...
—No hay manera de que quepas ahí. —No quería ser pesimista, pero la ventana era demasiado pequeña para un hombre de su tamaño.
—No seré yo él quien pase por ahí. —corrigió—. Lo harás tú.
—¿Y luego qué? —Aurora rio secamente—. Me atraparían en un segundo, Alessandro. Nunca tuve algún tipo de entrenamiento en... estas cosas. —explicó, lamentando por primera vez rechazar todas las clases de autodefensa que Edoardo insistía en que tomara.