—¡Gina! —Giuseppe la llamó, la zarandeó con una mano mientras con la otra mantenía presión en el cuello de Edoardo—. Reacciona, maledizione. —insistió. Gina quitó la mirada del cuerpo inerte de Samuele para mirarlo. Nunca antes se había asustado ante la visión de la sangre como en esa ocasión.
—Dame tu camiseta. —le ordenó a Giuseppe, intentando mirar al hombre a sus pies como otro paciente cualquiera, no como al hombre que amaba. Giuseppe asintió, obedeciendo al instante—. Ve a buscar ayuda, necesitamos llevarlo al hospital de inmediato. —dijo, cambiando la mano de Giuseppe con la camiseta.
—Va bene. —Giuseppe desapareció tras la puerta y Gina se concentró en la herida que tenía delante. No podía hacer mucho además de mantener la presión, pero la doctora dentro de ella lo resentía. Deseaba poder arreglarlo todo en ese mismo instante, pero Edoardo necesitaba de cuidados intensivos. Cuidados que ella no podía proporcionarle.
—¿Qué pasó? —Enzo entró seguido de un par de guardias más, todos se detuvieron en seco al ver a su jefe en el suelo.
—Necesitamos llevarlo al hospital. —Dijo, ignorando las interrogantes en sus miradas—. Ahora mismo, Enzo. —insistió. Los hombres reaccionaron y se acercaron para levantarlo, pero Gina los detuvo—. Debo mantener la presión constante, si no va a desangrarse. Y debemos ir despacio, no quiero arriesgar que la bala cambie de posición. —instruyó. Enzo asintió, desencajado.
—Voy a llamar a Luca para que maneje. Es el más estable. —Dijo.
—Busca también algo firme para moverlo. Es mejor que llevarlo entre dos. —Sentía que, con cada segundo que pasaba, la vida de Edoardo se le escapaba de las manos. Odiaba la espera, odiaba no ser capaz de sacar la bala que amenazaba su vida—. ¿Cómo me encontraron?—preguntó, Giuseppe quiso responder; más Gina negó con la cabeza—. ¿Amore? —lo instó a que hablara. Eso mermaría sus fuerzas, pero todo era mejor que la temida inconsciencia.
—E... —tosió, desgarrándole las entrañas a Gina—. Elisa... —logró decir, Gina sacudió la cabeza.
—No quiero saber. —quiso bromear, pero un sollozo se le escapó—. Lo siento mucho, amore. Nunca quise ponerlos en peligro. —lloró, pero la llegada de Enzo hizo que volviera a juntar sus pedazos y ponerse a la altura de la situación. Los hombres consiguieron puerta de madera donde lograron poner al herido y lo sacaron con cuidado afuera. Al ver el lugar donde se encontraban, Gina se estremeció.
—Alguien debería quedarse para revisar el lugar conmigo. —dijo Giuseppe, Enzo se giró hacia él—. No vamos a fingir que no nos dimos cuenta de que uno de los míos estaba ahí. —Enzo asintió.
—Yo me quedaré. —anunció, para la sorpresa de todos—. Aquí podrá haber alguna pista sobre el paradero de Aurora. Ustedes vayan. —señaló a los demás, Gina se apresuró a sentarse al lado de Edoardo.
El viaje hasta el hospital le pareció eterno. Cualquier pequeño sonido que soltó Edoardo, temió que fuera el último. Cada pequeño bache en el camino, temió que sería fatal. Las lágrimas ya se deslizaban por su rostro y ella estaba cansada de mantenerlas a raya. Cuando finalmente divisó la fachada blanca del hospital local, pudo respirar de nuevo. Al entregarles al herido a los médicos, un peso enorme desapareció de sus hombros. Al mismo tiempo, temió lo que podría suceder ahora que no lo tenía al alcance de la mano.
—Andiamo. —Luca tocó su brazo y la hizo caminar hacia el hospital—. El capo debe de haber llegado ya, le avisamos en cuanto sucedió. —Gina asintió, siguiéndolo adentro. La seguridad estaba aumentada, no reconoció algunos de los hombres que custodiaban los pasillos; así que asumió que Carlo no había llegado solo.