—Ciao, amore. —susurró Gina sobre los labios de Edoardo, dejando un suave beso sobre ellos—. Te extraño. —dijo, sentándose en una silla a su lado. A medida que pasaban las horas y los días y el estado de Edoardo no cambiaba, Gina sentía que estaba perdiéndose a sí misma. Los médicos eran optimistas, ella misma veía los signos de mejora de los cuales hablaban, pero su corazón se negaba a calmarse—. Ya está todo arreglado, las familias volvieron a sus territorios. —le informó, convencida de que podía escucharla—. Estuve en el funeral de Alessia, aunque no logré sentirme mal por su muerte. Lo hice por Giuseppe y por Mattia.
Fue difícil ser testigo de un momento tan confuso en la vida de esos dos hombres. Entre el dolor por la pérdida de una vida joven, una niña que lo tenía todo y tenía toda una vida por delante y el dolor por la traición de la niña de sus ojos, nunca supo por qué fueron sus lágrimas. Alessandro no lloró, aunque podía reconocer la pena profunda en sus ojos.
—Tu papá firmó el acuerdo con ellos, fue necesario para mantener la paz entre todos. —añadió—. Alessandro no estuvo encantando, pero lo aceptó finalmente.
En realidad, su hermano había dejado la decisión a Giuseppe, aunque le susurró al oído que debería firmar. Fiel a su palabra, mantuvo las verdaderas razones por su cambio de opinión en secreto; aunque ya empezaba a hablar sobre nombres para niños o niñas. Su entusiasmo ante la idea de ser tío mantenía a Gina a flote, más en sus momentos más oscuros añoraba que fuera otro hombre quien compartiera esa alegría con ella.
—Me tengo que ir. —Se levantó al ver la hora que era—. Procuraré volver muy pronto, ¿sí? Si decides despertar mientras tanto, no me enojaré. —agregó, limpiando una lágrima que logró escapársele. Aurora llegó en ese momento.
—Alessandro te está esperando afuera. —le contó, arrastrando los pies hasta la cama de su hermano. Días después, cuando los médicos decidieron que Edoardo era suficientemente estable para ser trasladado, lo llevaron a casa; al consultorio de Gina. Muchos se sorprendieron cuando fue ella misma quien pidió que otro doctor se hiciera cargo de él; Aurora no se lo tomó tan bien como los demás.
—Grazie. —susurró, más no intentó entablar una conversación. Sabía que la joven seguía enojada y que sólo se encontraría con un muro.
Salió sin decir nada más, encontrando a su hermano en la salida.
—¿Sei pronta? —Gina asintió, aunque sus piernas temblaban por la expectación. Giró una vez más hacia el consultorio, temiendo que algo cambiaría irremediablemente antes de que regresara.
—Estaremos de vuelta en dos días. —Alessandro parecía leer sus pensamientos—. Él estará bien. —La doctora volvió a asentir, entró al coche sin mirar atrás—. ¿Aurora sigue enojada? —asintió.
—Está asustada. —dijo.
—Eso no le da el derecho de tratarte mal.
—Déjalo estar. Un poco de distancia nos hará bien a todos.