La espera lo estaba matando. No saber por dónde empezar a buscar era lo más difícil de todo; saber que ellas estaban ahí afuera, en peligro y él tenía las manos atadas. Además, con las nuevas informaciones que Elisa había descubierto, estaban volando a ciegas. Hasta hacía media hora al menos tuvo una mínima idea de quién estaba detrás de todo; cuáles eran sus motivaciones. Ahora, todo estaba cubierto por un velo de incertidumbre.
Cuando le avisó a su padre de que habían estado equivocados con Leonardo Ferrara, sintió en la oficina donde estaban reunidos los capos la misma tensión que habían logrado sobrepasar ese día. De nuevo, todos sospechaban de todos. Solo el conocimiento de que cada familia, en menor o mayor medida, había sido un objetivo calmaba las aguas. Más, nadie hablaba de la otra posibilidad: alguien ahí dentro pudo haber fingido un ataque para alejar la sospecha de él.
—Estoy recibiendo avisos de todos los equipos de búsqueda. —Los equipos fueron puestos en marcha dos horas atrás, así que muchos de ellos ya habían llegado a su objetivo y lo habían comprobado. A todas las luces, parecía haber sido una misión vana, porque nadie divisó nada meramente extraño en ninguno de los sitios.
—Vamos a informar a los demás. —dijo, Enzo asintió. Se estaba adaptando al nuevo puesto que le otorgaron a la carrera; pero Edoardo ya no podía enojarse con Elisa. No cuando fue gracias a ella que sabían contra que estaban luchando. Mejor dicho, contra quien no estaban luchando.
El aire sofocante lo recibió apenas volvió a la sala de control que habían designado como su centro de operaciones. Desde que descubrieron que Gina había desaparecido, se había mantenido alejado, rumiando las posibilidades por su cuenta. Ojalá hubiera podido salir a buscarla de inmediato, pero así solo habría perdido el tiempo que su amore no tenía.
—Los territorios neutros siguen siendo neutros. —comentó Aldo cuando Edoardo se sentó, aunque la indiferencia que había mostrado durante todo el día había desaparecido. Lo desconocido hacía eso con las personas—. Al menos una buena noticia hoy. —se encogió de hombros; De Santis lo fulminó con la mirada.
—Sono felice de que hayas logrado encontrarle algo bueno a eso. —espetó Giuseppe, escondido tras una carpeta rebosante de papeles.
—¿Qué estás haciendo, piccolo? —lo picó Aldo, el menor dejó caer la carpeta sobre la mesa bruscamente; luego soltó un suspiro.
—Estoy revisando los manifiestos de producción anuales. Estas personas están robando nuestros cargamentos, pero la composición química de las drogas que usaron en Luccio y en Gina no corresponde a ninguna de ellas.
—Entonces, ¿supones que alguna de las familias está moviendo producto que no desvelaron? —quiso saber Emanuele, repasando con la mirada los representantes de las familias.
—O ellos tienen su propio laboratorio, su propio equipo de químicos. —Se metió Edoardo—. Y esconder un laboratorio en Sicilia no es tan fácil. —concluyó, Giuseppe aplaudió ante sus palabras.
—Al menos alguien aquí comprendió que esto no se trata de acusarnos mutuamente, sino sacar a un enemigo en común del juego.
—Asumiendo que... —empezó Aldo, pero Edoardo había llegado a su límite.
—¿Qué? Llevamos todo el día asumiendo cosas y estamos golpeando una pared tras otra. —se levantó de la silla, puso las manos sobre la mesa y se inclinó un poco; con la rabia bullendo dentro de él—. Bianchi al menos está intentando resolver eso, no se dedica a echarle tierra a los demás. —se sentó, frustrado.
—Hay cientos de laboratorios abandonados en la isla. —Habló Emanuele después de varios minutos de silencio—. No podemos revisarlos a todos.
—No tenemos que hacerlo. —Nadie había escuchado venir a Elisa, pero, al parecer, había estado ahí el tiempo suficiente para escucharlos hablar—. Aunque quieres trabajar desde un lugar qué no llame la atención, no puedes prescindir de dos cosas: agua y electricidad. —Tecleó algo en su computadora y un mapa apareció en la pantalla grande—. El agua es fácil de resolver, pero en cuanto a la electricidad, debes conectarte a la red nacional.