Capítulo 2

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—Abuela— con la mano sobre ese rostro amable en una fotografía le daba el último adiós.

Al fin, por fin estaban los dos juntos.

Luego de dos años en los que su salud fue en picada a pesar de haber seguido todos los tratamientos contra el cáncer.

Las lágrimas inundaron sus ojos y luego se deslizaron por sus mejillas. La opresión en el pecho y las ganas de derrumbarse justo ahí tomaron el control.

"Olvida lo que esa persona haya hecho. Tú eres un buen chico, alguien que puede disfrutar de la vida y sonreír. Avanza y no mires atrás, incluso aunque yo no esté aquí, deberás seguir siendo como hasta ahora"

Su abuela diciéndole algo como eso días atrás como si presintiera lo que estaba por venir

¿Seguir adelante? ¿Cómo se hacía eso?

De no ser por él. Por ese hombre que arruinó su felicidad.

Todas y cada una de sus desgracias se debían a ese imbécil. Sí él no hubiera hecho lo que hizo, si su abuela no hubiera tenido que deprimirse en medio de su tratamiento, si él... siguiera ahí.

¿Qué hacía con el odio que guardaba en su corazón?

Harto de personas que le abrazaron durante el día para decirle que lo sentían, suspiró con alivio. Podría ir a casa y dedicar un día entero para estar con sus recuerdos.

Las fotografías de su infancia con la abuela.

Quería ir y empacar la ropa de su abuela en una caja y donarla a los ancianos del asilo tal y como ella se lo pidió.

—Disculpe. ¿Es usted Kim Dan? supe su nombre por mi esposa.

Dan miro al hombre que vestía traje elegante y usaba corbata. En medio de tantas personas era obvio que no lo recordaba.

—Soy yo.

—Siento lo de su abuela, se ve que era una buena mujer.

—Lo era.

—Soy el investigador Lee. Hay alguien interesado en reunirse con usted.

—¿Conmigo?

—Es el deportista Joo Jaekyung ¿Lo conoce?

¿Qué si lo conocía?

Dan mostró su mejor expresión y negó mientras sonreía. Ese hombre no tardó en darle su tarjeta de presentación, resultaba obvio que tanto esperaba a que él hiciera lo mismo, pero no lo hizo.

Él no tenía nada que hablar con Joo Jaekyung. No por el momento.

—Si me disculpa debo irme— pese a no ser alguien mal educado, se fue de ahí sin voltear cuando escuchaba nuevamente su nombre.

Quizá con el tiempo se volvió alguien menos tolerante, con menos humor para las cosas, con menos ganas de hablar con las personas. Quería ir a casa y ya. Necesitaba un momento para ordenar su mente y por supuesto, para llorar.



Dos días más tarde tuvo que presentarse a trabajar. Como pediatra del hospital más importante en Seúl se veía en la necesidad de atender a quienes tenían una cita programada para ese día.

Debieron haber pasado cuatro o cinco horas desde que llegó y entregó el último de los caramelos a un pequeño que jugueteaba con su estetoscopio.

Dan era bien conocido por las mujeres que acudían al lugar con sus pequeños; el doctor joven, amable y carismático con los niños, nunca les negaba una sonrisa a sus pacientes.

La persona equivocada (Jinx)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora