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Sus ojos. Su mirada, es la misma con la que me miró aquella noche. Pero hoy no está ebrio. Es él. Por primera vez es él viéndome sobrio de una manera que no puedo describir bien.

—Yo...

Me atrae hacia él y sin miramientos me besa. Me besa con mucha hambre. Con furia y deseo de meterse en mi piel. Este hombre puede jugar con mi mente y mi corazón cuando se le dé la gana. Su capricho por mí lo hace hacer cosas que sé no está acostumbrado a hacer. Y su oscuridad lucha para no desvanecerse.

Mis manos cobran vida abrazando su cintura y mi boca le da la bienvenida a su beso. Debería estarlo golpeando.

Interrumpo nuestro beso para que me mire. El sabor de su saliva es puro y embriagante a pesar de que no hay ni una sola gota de alcohol en ella.

—Ella—Pronuncia mi nombre con galantería —Sabía que eras tú.

Ahora es mi turno. Ojalá y esa línea recta de su boca fuese una sonrisa. Pero no lo es, no sé cuándo lo haga. Lo único que puedo hacer es una sola cosa.

La palma de mi mano va directamente a su mejilla y apenas lo muevo. Gideon cierra sus ojos y las venas de su cuello se hinchan. No puede venir a besarme en la oscuridad y adivinar que soy yo. La real yo y luego esperar que yo no haga nada.

—Me lo merezco—Su mejilla ha empezado a tomar un color rosa. No me importa y cuando quiero golpearlo de nuevo, alcanza a detener mi mano en el aire.

Los ojos se me tornan llorosos y lo veo borroso. No quiero llorar. Por jugar con mi mente. Por salvarme y estar aquí justo en el momento que lo necesitaba.

Lo odio.

Lo odio por no querer que se vaya y que vuelva a besarme.

—Te odio, Gideon.

En vez de enfadarse o gritarme como lo hizo la última vez, hace algo mejor.

Me abraza.

Me abraza fuerte y yo hundo mi cara en su duro pecho, inhalando su aroma como si mi vida dependiera de ello.

—Fui un idiota, por favor perdóname.

—No, no fuiste un idiota. Eres algo peor.

Su abrazo calma mi llanto. Ahora ya sé lo que viene. Me tomará de la mano y me llevará a su auto.

Pero cuando me suelta y en vez de ello lleva su mano al bolsillo de su chaqueta, me confunde. Cuando veo que abre su mano, y veo lo que tiene ahí, mi reacción es la de una niña.

Una pulsera de plata con un dije de zapato de tacón. Por acto reflejo veo la pulsera que me dieron mis padres, recordando que es exactamente el mismo dije que llevaba. De hecho es El dije.

—Mis padres me dieron esta pulsera con ese dije—acaricio el cordón en mi muñeca—Pensé que lo había perdido.

—Estaba en mi casa—Me explica colocando la pulsera en mi muñeca, cerca de la cicatriz que llevo ahí, la acaricia sin querer y sé que quiere saber qué me pasó—No me pude resistir a mandarla a colocar en una nueva, así no podrás perderla... Cenicienta.

—Me la hice jugando de pequeña—Miento.

—Lo lamento.

Me echo a llorar como una idiota. Él quizás no lo entienda, pero esto es algo importante para mí.

Twisted Cinderella  (Ya en físico y audiolibro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora