CAPÍTULO 39

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Caleb

No recuerdo la última vez donde me haya sentido tan estúpidamente inútil.

Sus parpados delicados se mantienen cerrados mientras es subida al vehículo de emergencia. No puedo hacer nada por ella, solo sostener su mano. Una piel que bajo mis dedos se enfría.

—¿Irá con nosotros?— pregunta alguno de ellos, alguien que sí puede ayudarla.

Asiento sin desviar mi atención de ella, sin soltarla. Esperando una señal.

—Soy su novio.

El vehículo acelera al asegurar las puertas, el espacio es muy pequeño y comparto asiento con los dos paramédicos, uno hace presión en su herida mientras que otra anota en un tablero cosas que no entiendo.

—¿Por qué está de ese color?— pregunto viendo como su piel ha empezado a ponerse de un rojo azulado.

El paramédico de mi lado envía una mirada discreta a su compañera, miradas que solo ellos pueden entender.

—¿Qué pasa?— pregunto un poco alterado.

—Ha inhalado mucho humo— dice ella.

Con mi pulgar limpio rastro de ese hollín que encuentro en su mejilla.

—Puede tener daño pulmonar o en vías respiratorias— explica él.

Suena mal.

—¿Es peligroso?— ninguno responde.

—Debería llamar a sus familiares.

Acerco los nudillos de su mano a mis labios.

No puedo perderla.

No sé cuánto tiempo es el que paso adentro de la ambulancia, se sintieron como días pero se que es imposible. Una tortura que acaba al abrirse cada puerta.

—Paciente joven con signos vitales débiles, estuvo en un incendio y fue apuñalada. Ha perdido mucha sangre...— comunican al primer médico en recibirnos.

—¿No ha despertado en todo el camino?— pregunta el hombre de bata blanca.

Sus dedos abren sus parpados para darle una rápida revisada.

—No— informa el paramédico al mismo tiempo que yo.

—¿Con que la apuñalaron?

—Una navaja— respondo viendo como saca el paño que cubre su herida, sigue sangrando.

—Llévenla a quirófano 6.— dicta el médico.

La camilla se mueve deprisa, por lo que me esfuerzo en seguir el paso sin soltar de ella. El pasillo va despejando y con cualquier paciente o enfermero que se encuentre en nuestra dirección es pegado a la pared para dejarnos pasar. Hasta que mi cuerpo es empujado para atrás, me detiene uno de los enfermeros al cruzar las puertas del pasillo de quirófanos que antes ha indicado el doctor.

—Usted no puede pasar— veo el cuerpo alejarse en la camilla mientras mis dedos sienten el vacío de ella.

—Pero...

—Por favor espere tras las puertas— mi cuerpo es regresado a la fuerza hacia el marco por dónde ingrese.

—No interferiré, solo déjenme ver por la puerta— casi suplico al muchacho de blanco.

—No es posible, le avisaremos en cuanto la operación culmine.

No discuto pues sé que hay procedimientos donde yo no puedo estar presente. Aun así mi vista no se separa de ella mientras aún puedo verla partir al interior. Odio los hospitales. Me sujeto a las puertas con la ventanilla pequeña, ellos ingresan a una sala junto con un equipo médico.

LO QUE NUNCA TE DIJE [AMORES #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora