𝙲𝚊𝚙𝚒𝚝𝚞𝚕𝚘 : 𝚂𝚘𝚕𝚘 𝚌𝚞𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚎𝚜𝚝𝚊𝚜 𝚍𝚛𝚘𝚐𝚊𝚍𝚘

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La repulsión calentaba su pecho a tal punto de no obtener consideración consigo mismo.  Conducía por las despejadas calles de Tokio con el rostro endurecido y los ojos cristalizados. Sería la quinta noche en la que decidió llevar su vida a lo incierto y sin cuerda alguna para retenerlo.

Sin vergüenza los insistentes recuerdos llegaban a su mente logrando envolverlo un agonizante círculo, llevándolo a solo sentirse oprimido y sin escape. A mitad de camino, detuvo el coche por completo y al volante descargó su frustración con lágrimas no deseadas; se pasó la mano por las mejillas y las limpió con agresividad, consiguiendo un leve raspón en ellas a causa de sus guantes negros; Tom reconoció  lo asqueroso y desesperado que se sentía al saber que había cagado la situación de la peor forma,  que ahora no contaba ni con sus amigos ni familares. Mucho menos con ella.

Kennedy es quién más le duele. En el fondo sabía que seguía amándola con locura y que nadie podía quitarle ese gran lugar que tenía en su corazón. Ahora había más que dolor; Sin control sobre ahora su cuerpo empezó a darle golpes al volante como loco, quería sacarlo todo mediante gritos y fuertes golpes a lo que tuviera a su alcance.

—Sabías lo que hacías, ¿por qué tanto dolor?

Una dulce voz sonó a su lado. Tom paró en seco su acción y miró a su costado, encontrándose con su gemelo.

—Cállate —Ordenó llevándose sus dos manos a sus orejas, ansioso de que la alucinación de su hermano se esfumará—. ¡VETE! —Gritó cerrando con fuerza sus ojos, odiaba tener este tipo de eventos bajo el efecto de algunas sustancias o incluso bajo el alcohol. O en el peor de los casos, cuando estaba totalmente limpio pero aún así veía a su hermano.

—Que tonto eres. Has creído que puedes librarte de tu conciencia —Se oyó su cruel risa en el coche, cosa que causó que Tom se sintiera al límite. Justo en esa línea imaginaria en dónde el dolor era inexplicable—. Pides que me vaya, cuando eres tu quien no se quiere ir.

Burló ahora quién era su propio reflejo. Tom asustado al verse ahora en el asiento del copiloto donde anteriormente se veía a su hermano, su corazón latía sin ritmo contable.

—Tu… ¡Tu no eres real, mierda! —Chilló intentando abrir la puerta del coche, pero con sus manos sudadas y el pavor comiéndoselo vivo, no consigo nada—. ¡Despierta!¡Joder, despierta! —golpea  varias veces a su cabeza y jalando un poco sus trenzas auto exigiendo  despertar de la pesadilla. Pero para su mala suerte, no era una pesadilla.

—acéptalo, eres un maldito cabrón —Sugirió mientras disfrutaba de ver aquel espectáculo que Tom le brindaba—. Deja de actuar como un don nadie y llámala. ¡Haz algo bueno por primera vez tu puta vida! —Refunfuña—. Tokio, Tokio. No somos débiles, nunca lo hemos sido. Y no vas a empezar ahora. Haz lo que tengas que hacer —Por fin desapareció.

Todo permaneció con la sensación de hormigueo. Parpadeó unas cuantas veces y pasó su lengua sobre sus labios resecos; Allí parecía sentir la suficiente valentía para levantar el teléfono y llamar, llamar a ese número que alguna vez insultó y maldijo. Condujo entonces hasta dejar el coche fuera del gran edificio. Rebuscó en el almacén el juego de llaves y bajó.

Cómo el verdadero ladrón que era vaciló la portería entrando así por el estacionamiento que carecía de vigilancia. Subió por las escaleras de emergencia hasta llegar al piso correcto. El subidón de energía jugaba sucio con sus nervios, lo hacían siempre que estaba por meterse con su razón y llevarse la contraria, si bien, se seguía tratando de la mujer que lo había llevado más allá de lo que algún día imaginó, por tanto, se rendiría ante ella.

Salió del espacio verificando que no hubiese nadie por los pasillos, efectivamente todo se encontraba en calma. Se acercó hasta la puerta introduciendo finalmente la navaja en la entrada; ejerció presión hasta poder girar el pomo totalmente. Todo le iba  en cámara rápida, pero en realidad  lo hizo con toda la paciencia que ahora mágicamente parecía tener entre sus manos; el departamento se encontraba en total oscuridad, o eso parecía hasta que entró por completo; Una débil luz se posaba sobre el mesón de la gran cocina que se aprecia con tan solo entrar. Sobre ella, la fina silueta de Kennedy mirando por el ventanal dejando a su vez la gran ciudad de Tokio.

—¿Qué haces aquí, Tokio? —Murmuró al sentir la mano del mayor acariciar su hombro.

—¿No te da gusto verme?

—Pregunté. ¿Qué haces aquí? —Gruñó al darse la vuelta.

Levantó entonces una de sus manos hasta su mandíbula dando pequeños círculos en su deliciosa piel. La examinó, con ese traje típico suyo cernido al esbelto cuerpo y la cabellera como la noche o incluso más intensa bajar por sus hombros.

—Perdonáme, Ke...

—Estás colocado —Se paró firme, cortando su frase.

—¿Y que si estoy colocado? —Chisporroteo los labios—. ¿Eh?

—Eres un cabrón, Kaulitz —Se marchó.

—¡Lo soy! —Fue tras ella para tomarla del brazo y darle la vuelta—. Cabrón, estúpido, todo lo que tú quieras. Pero tuyo —Miró sus ojos con necesidad—. Me humillo ante tí, hazme lo que tú quieras. Mátame, acaba conmigo. Lo que quieras, la cagué, sí. Por eso estoy aquí

—Que bien que lo acep... —Quiso continuar, pero los labios de Tom impidieron cualquier dialecto. No tuvo fuerza suficiente para negarse al placer que estos le daban. Tanto Tom como Kennedy lo habían añorado tanto que cualquier pleito quedaba mínimo.

Entonces, ninguno de los dos vio porque no entregarse al placer como otras veces atrás; Solo eran ellos y la ciudad de Tokio afuera siendo su mayor cómplice. Eran ellos dos y el maquiavélico amor que se tenían.

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𝗩 𝗘 𝙎 𝗧 𝗜 𝗚 𝗜 𝗢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora