Doctor

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Will se presentó al consultorio de Hannibal Lecter en el horario en el que el hombre lo había citado. Diez en punto, ni un minuto más ni un minuto menos. Lo corroboró en su reloj de muñeca y en el enorme reloj antiguo que el doctor había dispuesto en la sala de espera para sus pacientes.

El joven se sintió extraño de estar ahí: sentado en el silencio de aquella estancia mientras esperaba pacientemente a que el doctor Lecter saliera de su cita. Porque sí, el hombre lo había citado a una hora en la que él creía que estaría desocupado, pero debido a un repentino ataque de pánico de uno de sus pacientes más recurrentes tuvo que pedirle a Will que le esperara. Y eso estaba haciendo justamente.

Pensó que tal vez sería buena idea tomar asiento y tratar de relajarse leyendo alguna de las revistas que se mostraban ordenadas en la mesita de cristal a mitad de la sala. Incluso había un periódico, y no pudo soportar la curiosidad de verificar si era el de ese día.

Con un vistazo rápido Will pudo notar que efectivamente, ese era el periódico del día.

"Vaya, qué considerado." Por supuesto que alguien como Hannibal Lecter tendría su consultorio en óptimas condiciones; era tan natural para él el ser elegante, prolijo y atento a los detalles. Graham hasta podría llegar a sentirse un poco celoso de lo ordenado que era.

Había pasado media hora desde que Will se presentó a las instalaciones, y otra media hora más hasta que por fin pudo reunirse con el que de ahora en adelante sería su "tutor".

Hannibal apareció por detrás de una pesada puerta de roble, despidiéndose de forma cordial de su paciente, quien abandonaba el consultorio hecho un mar de lágrimas. Era un hombre de mediana edad, regordete, de apariencia casi tan elegante como la del mismísimo Lecter.

Aunque cubría su rostro para que no pudieran verlo llorando, era obvio que no se encontraba bien, pues los sollozos desesperados emanaban de sus labios como agua de un río.

—¿Está bien dejarlo ir así? — no pudo evitar la pregunta, mientras que sus ojos azules seguían la figura de ese extraño hombre hasta que desapareció por la puerta principal.

—Franklin puede ser un poco... intenso con sus emociones. Te aseguro que nada malo va a suceder con él. — la voz de Hannibal sonó tranquila, y después agregó: — Además, su hora había terminado.

Supuso que cuando se es uno de los psicólogos más aclamados de Baltimore uno puede permitirse ser tan severo con sus propias políticas tanto como quisiera.

—Señor Graham, es un placer tenerle aquí. Por favor, entre.

Ante tal invitación, no quedó de otra más que ingresar al impresionante consultorio del doctor Lecter.

Y, ahora bien, si la estancia ya era agradable con esos tonos sobrios y los cómodos asientos, la oficina del hombre lo era aún más.

Todo ahí parecía ser parte de la personalidad del mismísimo doctor; las paredes altas, las ventanas con vistas a la ciudad, las piezas de arte, los sillones de cuero café, el escritorio a mitad de la habitación, y, por supuesto, la impresionante biblioteca en el segundo piso. Todo limpio, todo ordenado. Todo elegante, todo excesivo.

Will se sentía extremadamente pequeño e insignificante dentro de aquel espacio, por lo que no fue del todo consciente como es que termino sentado en la camilla del consultorio con Hannibal Lecter a su lado.

—¿Le fue complicado llegar aquí, señor Graham? — la voz masculina de su acompañante por fin pudo sacarle de su distracción.

—Solo Will. No, no fue complicado. El autobús me deja a dos cuadras.

Casual Affair | HannigramDonde viven las historias. Descúbrelo ahora