Capítulo III

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El segundo día de viaje fue parecido al anterior. Silencioso, aburrido, e incluso un poco incómodo. Me sorprendió cuando Lando me pidió un libro para no aburrirse. Gloria me dijo que sabía leer, pero pensé que, como la mayoría, usaría esos conocimientos por necesidad, no por gusto. Éramos pocos los que leíamos porque nos gustaba. Y él, o se aburría mucho, o amaba la lectura. O quizá ambos.

Estaba atardeciendo cuando el carruaje se detuvo abruptamente. Lory me llamó desde fuera, y no tardé en salir para ver qué pasaba. Nada más pisar el suelo de tierra vi el problema. Un enorme tronco tapaba el camino. Dudaba que pudiéramos moverlos los dos solos.

- ¿Ahora qué? – Me preguntó el cochero.

Me encogí de hombros, y vi por el rabillo del ojo que Lando bajaba del carruaje. Sus ojos se clavaron en el obstáculo que se nos había presentado, y poco después me miró con decisión.

- Los caballos podrían mover el tronco sin mucho esfuerzo – dijo en su idioma, acercándose a los animales. – Entre los dos lo apartarán en un abrir y cerrar de ojos.

Miré a Lory y le traduje lo que el chico había dicho. El cochero asintió.

- Podría funcionar. Es un chico listo, ese aprendiz tuyo – lo elogió tras dirigirse hacia los caballos.

Lando sonrió y me miró, orgulloso. Aquella sonrisa enterneció mi corazón.

Los dos ayudamos a Lory a amarrar a los caballos al tronco. En menos de una hora, habíamos despejado el camino y acoplado los caballos de nuevo al carruaje. Pero no pudimos evitar que la noche se ciñera a nuestro alrededor. Un ruido proveniente de entre los árboles despertó nuestra preocupación. Noté que Lando se erguía, colocándose a mi lado, como si estuviese listo para atacar.

Todo ocurrió demasiado rápido. Mi cochero se acercó a unos arbustos, y de un momento a otro, un enorme lobo gris saltó y se echó encima suyo. Los caballos se encabritaron. El pánico me invadió al ver a mi viejo amigo, tendido, con una bestia sobre él, intentando morderle para desgarrarle la garganta. Me paralicé por el miedo, y si de mí hubiera dependido, todos habríamos muerto en las fauces de aquel monstruo.

Di un respingo, asustado, cuando sentí que el chico que estaba a mi lado cogía el puñal que yo llevaba enfundado en mi cinturón. Iba a detenerlo, temiendo que la bestia lo hiriera también, pero no pude hacer nada; se movía demasiado rápido.

Mientras Lory luchaba por su vida, manteniendo cerrada la boca del lobo para que no pudiera morderle, Lando se encaramó a la espalda del animal. La bestia se apartó de mi cochero, retorciéndose para zafarse del intruso que tenía sobre el lomo. Giró la cabeza para darle una dentellada al chico, pero él no perdió la oportunidad y le clavó el puñal en la unión del cuello y la cabeza.

El lobo profirió un alarido de dolor y se desplomó, inerte, con el puñal atravesándole la cabeza. La punta del arma asomaba por la parte inferior de su cuello, dejando una imagen horrible y sangrienta que deseaba poder olvidar pronto.

Lory se incorporó, sin apartar sus ojos de Lando, que seguía sobre el lomo del animal. El joven tenía los ojos cerrados, y sus labios se movían, como si estuviera rezando. Yo seguía inmóvil, paralizado.

- ¿Qué hace? – Pregunté en voz baja, sintiendo que mi pulso se calmaba muy poco a poco.

- Los veleses veneran todo tipo de bestias – susurró Lory jadeando y poniéndose a mi lado. – Siempre que matan algún animal, por pequeño que sea, deben orar una plegaria al dios que representa al bichejo.

Tragué saliva y asentí. Mi mirada no podía apartarse de Lando, que acariciaba la cabeza del lobo. Parecía que le dolía haber hecho aquello. Cuando sus ojos se abrieron, me miraron directamente.

Beligerante || CarlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora