Capítulo XVIII

1.2K 84 199
                                    

Lo malo de ser yo, era que siempre madrugaba, aunque no lo necesitara, y a pesar de que era algo que antes me daba igual, desde que Lando pasaba las noches conmigo, era algo molesto, pues él era un dormilón. Me desesperaba si me tenía que quedar en la cama mucho rato sin hacer nada, pero no me agradaba la idea de dejar al velés solo y levantarme. No me gustaba pensar que cuando se despertara me buscaría y yo no estaría. Pero tampoco quería despertarlo yo a él. Era muy complicado, por absurdo que pareciese.

Aquella mañana después de nuestra primera vez juntos, no fue una excepción. Nos quedamos hablando por horas, peleando por tonterías y burlándonos el uno del otro, jugando y riendo, compartiendo besos y caricias. Y a pesar de eso, ahí estaba yo, despierto desde bien temprano.

Me levanté y comencé a dar vueltas por la habitación, recogiendo nuestra ropa, poniéndome unos pantalones y una camisa que no sabía si eran míos o de él. Ni siquiera me molesté en abotonar mi camisa, pero me apresuré a acercarme al chico que seguía dormitando entre las sábanas, tapándolo bien pues la estación fría se acercaba más y más cada vez.

Me senté en la silla que había frente al pequeño escritorio que había en una esquina, e inevitablemente me puse a curiosear lo que había encima. Había partituras de piano, en algunas reconocía la forma de las notas que hacía mi madre, y las otras debían ser suyas. Incluso había unas cuantas inacabadas, por lo que no me extrañó pensar que estaba componiendo canciones propias. Era un pequeño genio del piano, y sonreí al pensarlo. Vi la libreta que tan poco me agradaba, y aunque supe que estaba mal, la tomé y la abrí. No quería leer nada, sólo asegurarme de algo que me daba verdadero pavor. Fui hasta la última página, rogando para que no fuera mentira cuando me dijo que yo no estaba en su lista.

Dejé escapar un aire que no sabía que estaba reteniendo cuando vi que mi nombre no estaba en ningún lado. Y no es que desconfiara de él, tampoco pasaría nada si yo estaba ahí, pero... Quería tener la certeza de que realmente no me consideraba uno más.

Dejé el cuaderno en su sitio, levantándome del escritorio. Sentía que estaba invadiendo su espacio y sus cosas más de la cuenta, y no quería ser esa clase de pareja. Me levanté tan de sopetón, que algunas partituras salieron volando hasta caer suavemente al suelo. Las recogí y fui a dejarlas en el escritorio de nuevo, cuando un destello plateado me llamó la atención. Donde habían estado las partituras, había una cadena con un colgante que no había visto antes. Dejé los papeles y tomé el collar, muerto de la curiosidad.

- Mmmm... ¿Carlos?

Di un respingo y me giré enseguida, guardándome el colgante en el bolsillo por el pánico que sentí al pensar que podría pensar que estaba registrando sus cosas (que en realidad sí era un poco lo que estaba haciendo).

Estaba de espaldas a mí, estirándose y buscándome en la cama. Mis nervios se sustituyeron por mucho amor cuando vi que se arrebujaba entre las mantas, llamándome de nuevo.

- Estoy aquí, mi amor – regresé a la cama y me tumbé a su lado, abrazándolo para acercarlo a mí. – ¿Has dormido bien?

Se abrazó a mí, restregando su mejilla contra mi pecho y sonriendo felizmente. Casi me recordó al comportamiento de un gato que tuve de pequeño. A Lando le faltaba ronronear.

- Contigo siempre duermo bien – contestó pasando sus brazos por mi cuello y jugando con el pelo de mi nuca. – ¿Y tú cómo has dormido?

- Poco, pero bien. Me es imposible no despertarme temprano – protesté besando su cabeza rizada. – Si quieres me quedo contigo y sigues durmiendo.

- No, no, no te preocupes – besó mis labios castamente y me miro con una sonrisa afable en el rostro. – Seguro que tienes trabajo y cosas por hacer. Si no me necesitas dormiré unas horas más, pero no hace falta que te quedes. Conociéndote, podrías enloquecer – bromeó sacándome una sonrisa.

Beligerante || CarlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora