Capítulo V

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Aporreé la puerta con brusquedad, y esperé pacientemente un minúsculo instante antes de entrar en la habitación con toda la confianza del mundo. Después de dormir en mi cama de nuevo, me sentía totalmente renovado y con energías, con muchas ganas de volver al trabajo y, sobre todo, con muchas ganas de que cierto velés comenzara a ayudarme.

- ¡Buenos días! - Exclamé muy contento, riéndome al ver cómo el chico metía la cabeza debajo de la almohada. - Vamos, Lando, hay mucho trabajo por hacer.

- Si ni siquiera ha salido el sol - protestó cubriéndose con las mantas hasta la cabeza.

Sonreí y negué con la cabeza, descorriendo las cortinas y dejándole ver que ya comenzaba a amanecer. Luego, me acerqué a su cama y lo destapé de sopetón, cosa que no pareció gustarle. Se hizo una bola en la cama y volví a reírme.

- ¿Te parece cómoda?

- Es como dormir en una nube - respondió aun sin abrir los ojos. - Es muy temprano...

- Levántate - insistí. - Tienes ropa en el armario, no hay mucha y quizá no es de tu talla, pero ya iremos a comprar más - le informé abriendo susodicho armario y dirigiéndome a la puerta. - Apresúrate. Felisa se enfadará si te comes el desayuno frío.

Sonreí para mis adentros al escuchar cómo maldecía en su idioma mientras yo me alejaba por el pasillo. Bajé las escaleras rápidamente, y fui hasta el comedor, donde Timo y Lory desayunaban ya. A pesar de ser mis sirvientes, en la casa funcionábamos como una familia. Ellos hacían sus tareas y yo hacía mi trabajo, pero nos tratábamos como iguales. Al fin y al cabo, ellos tres me habían visto crecer. La casa era de mis padres, así que me crie aquí; cuando mis padres se hicieron algo más mayores, vieron que vivir tan lejos del centro era una tortura más que un privilegio, así que se mudaron, y cuando volví de estudiar, me dejaron la casa y los sirvientes, sirvientes que eran como mis amigos.

- Buenos días, caballeros - saludé enérgicamente.

- Buenos días, mi señor - respondieron Lory y Timo.

- Lory, cuando acabes, prepara el carro. Timo, si cuando acabes tú, Lando aún no ha bajado, ve a buscarlo - ordené sentándome a la mesa.

Ambos hombres me sonrieron con solemnidad y asintieron, y yo me di por satisfecho. Poco después, Felisa apareció en el comedor con mi desayuno; había preparado pan con mantequilla y mermelada de cereza y zumo de mandarina. Traía dos platos y dos vasos en una bandeja, la cual dejó delante de mí.

- Buenos días, Fel.

- Buenos días, cielo - besó mi frente cariñosamente y se sentó a uno de mis lados. - ¿Qué preparo para almorzar?

- Hoy pasaremos el día en el centro, así que no prepares nada - respondí dándole un sorbo al zumo. - Iremos todos, así que tenéis la mañana libre para hacer vuestros recados. Cuando suenen las campanas nos veremos en el local de siempre para comer - fui explicando, diciéndoles lo que llevaba pensando desde que me había despertado. - Después, Lory, tú irás a la finca del señor Aguirre a por la yegua que le compré la semana pasada. Fel y Timo, vosotros dos vendréis de compras con Lando y conmigo. El chico necesita muchas cosas.

De nuevo, asentimientos y afirmaciones. Ninguno replicó, y conforme terminaron de desayunar, se fueron marchando a realizar alguna tarea antes de tener que irnos. De los tres, el último en terminar fue Timo, que me miró y luego miró escaleras arriba.

- Buenos días, señorito Norris - dijo mi mayordomo haciendo una reverencia.

Yo estaba sentado de espaldas a las escaleras, así que no lo había visto. Me giré en la silla y sonreí al ver a Lando, con ropa limpia, los rizos peinados y la cara lavada. Que los dioses me castigaran si no era cierto que ese chico era el chico más hermoso sobre la faz de Arasa.

Beligerante || CarlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora