Capítulo VII

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Escribí deprisa sobre el papel, mojando la pluma más a menudo de lo necesario para asegurarme de que mis palabras fuesen lo más claras posibles. Era temprano, casi tanto como el día anterior. Había encargado a Timo el "cuidado" de Lando. Debía asegurarse de que se despertaba y desayunaba antes de venir a mi despacho. Tenía ya en mente qué era lo primero que iba a pedirle, y estaba convencido de que iba a odiarlo. Pero su mueca de enojo sería adorable.

Estaba repasando un nuevo caso cuando la puerta se abrió y lo vi entrar, con cara de sueño y los ojos aun hinchados. Sonreí genuinamente, porque incluso así me parecía hermoso.

- Buenos días, Lando.

- Buenos días – bostezó, sentándose en la silla frente a mi escritorio. – ¿Qué necesidad hay de madrugar? – Empezó a protestar.

- Se aprovecha mejor el día.

- Estoy habituado a trabajar de noche y dormir de día – replicó apoyando la cabeza en la mano. – No consigo dormir bien.

- Te acostumbrarás – tercié, leyendo una carta del juzgado. – ¿Ves esos libros de ahí? – Señalé con la cabeza un estante repleto de libros. El de pelo rizado afirmó y yo le sonreí. – Son libros muy aburridos de historia, leyes y casos. Necesito que los ordenes todos. Usa el método que quieras, alfabética o numéricamente, por tamaño, por color... Como quieras. Pero ordénalos y escribe a papel cómo están distribuidos y cuál es el método para buscar el libro que necesite.

Su mandíbula casi llegó al suelo tras escucharme. Era una tarea horrible y tediosa. Pero yo no quería hacerla, y siendo mi ayudante, era el tipo de cosas que iba a mandarle hacer. Muy en el fondo, sabía que estaba siendo un poco cabrón. Le estaba mandando hacer lo que a mí me resultaba más odioso.

- Pero... Tendré que registrarlos todos y hacer una lista, y... – balbuceó, pareciendo estar al borde del colapso. – ¿En serio necesitas que lo haga?

- Me facilitará el trabajo. Y aprenderás.

- ¿Qué aprenderé? – Cuestionó frunciendo el ceño.

- Depende de qué tan bien hagas tu trabajo – me encogí de hombros y sonreí. – Empieza cuando quieras. Ninguno se irá a dormir hoy hasta que acabes.

No rechistó más, pero estaba claramente molesto. Fácilmente habría más de trescientos libros. Pero así lo mantendría ocupado mientras yo trabajaba en los juicios. No dejaba de mirarlo de reojo, viendo cómo se sentaba en el suelo con un montón de libros y comenzaba a leerlos, separándolos por tópicos, amontonándolos por autor o por numeración.

Pasamos así la mañana. Yo entre montañas de papeles y pergaminos y él entre montones de libros. Cuando llegó la hora de la comida, llevaba más de la mitad del trabajo hecho, lo cual me sorprendió bastante. Pero no volvimos a pisar el despacho hasta casi por la noche. Después de comer fuimos al juzgado, Lory nos llevó, y al regresar a casa dimos el paseo que le había prometido el día anterior.

Cuando lo vi subido a esa yegua blanca, me fue difícil creer que de verdad podía haber tanta belleza junta. Parecía un auténtico dios montando su animal de batalla. Y su sonrisa... Dioses, su sonrisa. Si me llegara a sonreír a mí así, me moriría. Pero por suerte o por desgracia, sonreía así a causa de la yegua. Pensar que un regalo mío le gustó tanto me dejó satisfecho, al menos.

Paseamos por el bosque que cubría la colina. A esas horas de la tarde no había animales a la vista, aunque había pocos en general pues los bichejos rehuían la presencia humana. Aquel día era más frío que el anterior, y la humedad del bosque no colaboró. Aun así, quería que fuese un paseo agradable, e intenté entablar conversación.

Beligerante || CarlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora