Capítulo X

1.1K 98 204
                                    

Me desperté por culpa del sol, y gemí de dolor al darme cuenta de la incómoda postura en la que estaba. Me había dormido sobre el escritorio mientras trabajaba. Después de casi perder la cabeza con Lando, dejé que se fuera a la cama, y yo me quedé trabajando. Y me dormí, al parecer.

Pasé el dorso de mi mano por la comisura de mis labios y por mi barbilla, limpiándome la baba con disgusto. Sí que había dormido profundamente. Me levanté y podría haber jurado que todo me crujió. Me dolían el cuello y la espalda horrores, pero me aguanté. No debí dormirme, era mi culpa. Pero al menos lo hice justo cuando terminé lo último que me quedaba por hacer.

Salí del despacho, y me extrañé al oír el ruido de madera chocando. Llegué a la cocina, donde Felisa bebía té, mirando con una sonrisa a través de la ventana que daba al jardín. Como el curioso (y metomentodo) que era, me acerqué.

- Buenos días – saludé poniéndome a su lado. – ¿Qué es ese ruido?

- Lo tienes delante – murmuró señalando con la cabeza lo que fuera que la tenía tan entretenida.

Me asomé por la ventana y, aunque al principio me tomó por sorpresa lo que vi, terminé sonriendo genuinamente ante aquella escena. Timo estaba jugando con Lando, con unas espadas de madera. Bueno, no sabía si considerar a eso jugar. Mi mayordomo siempre había sido buen espadachín, de joven llegó a ser un gran guardia. Pero el velés no se quedaba atrás. Se movía deprisa, con una agilidad impresionante, dando estocadas muy gráciles y certeras. Elegante, Lando era elegante. Incluso para eso lo era.

- Es buenísimo – susurré muy sorprendido.

- Lo es – me tuvo que dar la razón mi ama de llaves. – Llevan así media hora y ha desarmado a Timo mil veces... O él es muy bueno, o nuestro viejo amigo está perdiendo facultades – se rio, mirándome.

- Quizá ambas – me encogí de hombros y volví a sonreír al ver cómo Timo le decía algo a Lando, haciéndolo reír a carcajadas. – Es hermoso – musité embobado.

La mujer soltó una risita, dándole un sorbo a su té, y la miré, sonrojado. No pretendía decir aquello en voz alta. Aunque tampoco dije ninguna mentira. Lando era muy hermoso, demasiado como para que fuera sano para mí. Pero la risa de Felisa indicaba algo más. Ella sabía algo, algo que pretendía averiguar.

- A ti te pasa algo – dije muy convencido.

- ¿A mí? A mí no me pasa nada.

- Pues entonces sabes algo – insistí señalándola con el dedo.

Volvió a reírse y miró por la ventana fugazmente antes de mirarme a mí de nuevo. Sonrió con malicia y me tomó del brazo, llevándome hasta la mesa del comedor, haciéndome sentarme y sentándose ella frente a mí.

- Pensaba que habíais pasado la noche juntos, pero más temprano entré a tu despacho y te vi durmiendo, así que...

- ¿Por qué pensabas que habíamos dormido juntos? – La interrumpí.

- Cállate, justo iba a decirlo – me dio un manotazo en la mano, y yo me queje, frotándome la mano. – Anoche escuché ruidos raros en su habitación – susurró, alzando las cejas de forma sugerente.

- ¿Ruidos... raros? – Murmuré, sin pillarlo.

Ella me miró con hastío, como si hubiese algo muy obvio que me estaba perdiendo. Esperó unos segundos antes de aclarar mis dudas. Creí que quería ver si yo solito me daba cuenta, pero no sucedió.

- Lo escuché gemir, Carlos – aclaró de nuevo en un susurro. – Por eso pensé que estabas con él...

Mi cara se puso roja al instante. No me extrañaba que ella pensara así de nosotros, pero el hecho de que ella le hubiese escuchado, era bastante raro para mí. Pero al pensar lo que eso significaba, me hizo sentir como un cabrón muy feliz. Después de nuestro beso, se fue a su habitación, y... Se tocó para bajarse el calentón. Eso decía mucho a mi favor. Eso me indicaba que estaba igual que yo, porque estuve a punto de hacer lo mismo.

Beligerante || CarlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora