Capítulo XIV

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Intenté girarme, pero un cálido y reconfortante peso sobre mí me impedía moverme. Enseguida supe que se trataba de Lando, y sonreí muy complacido, abriendo los ojos y girando la cabeza. Yo estaba boca abajo, abrazando a la almohada, y él estaba prácticamente sobre mí, con un brazo rodeándome la cintura y una pierna entre las mías.

Me moví con mucho cuidado, y él ni siquiera se inmutó. Al ponerme boca arriba, simplemente se acomodó de nuevo sobre mí, sin soltarme, apoyando su cabeza en mi pecho en vez de en mi espalda como hacía un momento. Lo rodeé con mis brazos, sintiendo la suavidad de su piel y permitiéndome derretirme un poco. Acaricié su espalda, empezando por la zona baja hasta llegar a sus rizos, hundiendo mis dedos entre ellos y masajeando su cuero cabelludo. Quizá lo iba a despertar, pero tampoco iba a molestarse, estaba convencido.

No sabía cuánto tiempo estuve así, cuánto tiempo permanecí acariciándolo mientras miraba su hermoso rostro, fijándome en sus lunares, en sus largas pestañas, en su nariz perfecta, en la peculiar forma de sus labios. Ese chico iba a ser mi perdición, lo estaba viendo ya. Mi corazón amenazaba con reventar en mi pecho cuando lo miraba, y no podía ser normal, no podía ser físicamente posible amar tanto a alguien en un periodo de tiempo tan relativamente corto. Pero él lo estaba haciendo posible.

Ni siquiera me atrevería a decirle "te quiero", pero la realidad era que lo amaba.

- Carlos... – susurró, bostezando y estirándose, aun sobre mi cuerpo.

- Buenos días, mi amor.

- Buenos días, amare – contestó abrazándome y escondiendo su rostro en el hueco de mi cuello.

Sonreí por el modo en que me había llamado, ya por segunda vez. Significaba "amor" en una lengua antigua, si no me equivocaba era el primer idioma del que constaba en los libros de historia. Estaba seguro de que lo había aprendido trabajando conmigo, ordenando mis libros. Por eso me resultaba tan tierno y especial para mí que me llamase de ese modo.

- ¿No ibas a ir con Timo a probar el arco? – Le pregunté continuando con mis caricias en su pelo, cosa que parecía encantarle.

- Eso puede esperar – susurró alzando su cabeza y abriendo sus ojos, cosa que le costó porque los seguía teniendo hinchados por dormir. – Ahora quiero estar contigo – añadió besando mis labios castamente. – Ahora y por mucho tiempo más, debo decir...

- Hoy nadie va a obligarnos a levantarnos de la cama, Lan – le dije acariciando su mejilla y tomando su rostro con mi mano. – No dudaré en mandarles tareas a los tres para que pasen el día en el centro y nos podamos quedar a solas.

- ¿De veras harías eso? – Sonrió con diversión, mirándome algo incrédulo.

- No lo dudes ni por un segundo, querido – le sonreí de vuelta y subí mi rostro para rozar nuestros labios. – Yo soy el que menos desea que nos separemos.

- Habría que verlo – bromeó rozando nuestras narices y volviendo a besarme de forma breve y casta. – Debo admitirte una cosa.

- Adelante.

- Me equivoqué cuando dije que este sitio no sería jamás mi hogar, porque ya lo es – susurró.

- Me alegra oír eso, Lando. Me alegra muchísimo. Sólo quiero que sientas que esta también es tu casa.

- No hablo de la casa, Carlos – replicó confundiéndome. Sus ojos verdes me miraron con intensidad, y sus manos se hundieron en mi cabello, jugando con mis mechones castaños. – Tú eres mi hogar, y allá adónde vayas mi hogar estará ahí.

Sonreí, bastante emocionado por oírle decir eso. No me esperaba una confesión de ese calibre, menos viniendo de él. Ya veía que sí, que sentía algo por mí, pero había un gran paso entre eso y que él me lo expresara con palabras. Mi corazón latía tan deprisa que temía que estallara, y no fui capaz de buscar una respuesta a lo que me había dicho.

Beligerante || CarlandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora