Escandalosa no la hace inaceptable
Le di vueltas a la propuesta de Killian Drostan sin descanso; no podía dejar de pensar en lo que exigía como pago y más de una vez una risa seca me llegó a la boca sin que yo le permitiera salir. Quería reírme, no porque me pareciera gracioso, sino porque me me parecía cínico. Todas la veces que nos habíamos encontrados, solo cruzamos algunas palabras, como mucho, mantuvimos una conversación muy corta durante el baile de las debutantes, ¿pero ahora decía que me quería? ¿A mí?
Observé de forma distraída como Buffy me frotaba aceite en las piernas luego del baño y masajeaba con cuidado, de esa forma, la piel se mantenía húmeda y bonita. El aroma de la lavanda me llegó a la nariz y me hizo fruncir el ceño.
—¿Fui demasiado brusca, señorita? —La voz de mi doncella me dijo que, otra vez, estaba haciendo alguna cara que nada tenía que ver con lo que pasaba en el momento. No era la lavanda en sí lo que me molestaba ni sus masajes.
Negué con la cabeza y me abstuve de responder de otra forma; no tenía ganas de hablar y esto era así desde que había salido de aquel cuarto en Escarlata, con las mejillas ligeramente rojas y la mente enredada.
No quería hablar, pero mis pensamientos no me daban descanso.
«¿El me quiere?», cada vez que esta pregunta me pasaba por la cabeza, podía darle un sinfín de significados. ¿El quería lo que yo poseía como hija de un duque? ¿Quería el prestigio de mi casa? ¿Me quería como esposa? ¿Me quería como amante? ¿O solo quería un... encuentro? De nuevo torcí el gesto ante lo último y me dije que esa palabra no le hacía justicia alguna a lo que yo imaginaba.
Me iba a volver loca de tanto pensarlo, más loca me sentía porque la sonrisa que me había mostrado luego de hacer semejante propuesta estaba llena de un aire de inocencia que no cuadraba en lo más mínimo con la picardía en sus ojos. Quise creer, en ese momento, que Killian Drostan me estaba haciendo una broma y que la mano en mi mejilla, que descendió hasta mi cuello y me erizó la piel, solo era para hacer más convincente ese chiste que no me hacía ninguna gracia; sin embargo, pese a que esperé y que la parálisis involuntaria de mi cuerpo le había dado más que suficiente tiempo para reírse y decirme que era todo una mala pasada y que lo disculpara por tomarse atribuciones inadecuadas conmigo, no lo hizo.
Su mano, grande y caliente, permaneció sobre el lugar en donde se sentía mi latido, que subía por segundos; mientras que yo seguía tan muda como en el momento en que lo oí. Lo peor de todo el asunto era que, al verme sin palabras, sin poder responderle como quería, sin poder sacarle la mano indiscreta esa que tenía sobre mí de un manotazo, se dio la libertad de sonreírme y decir que esperaría por mi respuesta.
«Maldito», me sentí suave al calificarlo con aquel insulto y me mordí el labio con dureza.
¿Que esperaría por mi respuesta? ¡Cínico! Él sabía muy bien que me encontraba atada de manos, lo sabía porque estaba muy bien enterado de mi situación; sabía que el compromiso con su alteza era un tema delicado y sabía que había venido a esta ciudad prácticamente sola y que si no fuera porque quería mantener las cosas en secreto, no habría acudido a un lugar como ese en busca de la ayuda que no podía —o no me atrevía— a pedir en casa.
Hablar con mi padre significaba mostrarle el diario y significaba, también, exponerlo a lo que fuera; a la posibilidad de meternos en algún asunto escabroso del cual nos costara salir. ¿Y si mi intervención removía el avispero? No era que no lo hubiese pensado, que no se me hubiera pasado por la cabeza el pedir la ayuda de mi familia, pero no quería acercarnos demasiado a lo incierto y tampoco quería el nombre de mi familia metido en ninguna investigación. ¿No era mejor si otro se hacía cargo de investigar y yo simplemente recibiera la información? Incluso si sonaba egoísta, si había problemas en el futuro, no caerían sobre mi cabeza. Además, si obtenía pruebas sólidas o incluso pistas sospechosas, podría acudir con mi padre y que el se encargara de poner en aviso a su majestad y su alteza; pero si solo me presentaba frente a él y le decía: «Padre, un diario mágico —o maldito— me mostró el futuro y dice que el príncipe morirá, pero ella y yo creemos que hay algo sospechoso en eso. ¡Oh, sí! Ella soy yo, solo que no soy yo»; no creía que fuese a creerme, de hecho, no lo culparía si decidiera que estaba loca.
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Gea [PAUSADA]
Fantasy¿Y si te dijeran que vas a perder la cabeza? ¿Que tus padres van a morir? ¿Tus hermanos? ¿Tu prometido? ¿Qué harías? ¿A qué te aferrarías? Gea no sabía que un viaje a la capital para conocer a su prometido la sumergiría en una telaraña de conspira...