ÁNGEL O DEMONIO

Capítulo 35

CAPÍTULO 35

     Algunos hombres que rodeaban a un hombre de cabellos canos obedecían sin objetar algunas instrucciones para llevar mercadería a ciertos puntos de la ciudad. Mientras uno de los cargamentos ya salía con rumbo hacia el puerto a vista y paciencia de muchos, con conteiners repletos de armas y drogas, que partían hacia un buque supuestamente pesquero.

     —Lo sé, lo sé, tengo las llaves conmigo desde hace varios meses y aún no sé que lugar abren. No te entiendo para que quieres que se las entregue si siempre me dijiste que no me separara de ellas. —Expresaba Leticia bastante intrigada por la petición que le acababan de hacer a escasos minutos de abandonar la fiesta, y montada en un berrinche monumental, porque pensaba seguir a Silvio pese a su negativa, pero por la reciente llamada debía girar el rumbo de sus intenciones pero uvo que dirigirse hacia su casa. Y aquello significaba tampoco saber hacia dónde Albert llevaría a esa zorra ahora parecía estar acaparándolo.

     Aunque de cierto modo estaba contenta porque significaba que Albert ya se había aburrido de esa mujerzuela de cabellos oscuros y sus tres bastardos, pero ahora andaba con esa atractiva rubia, la cual seguía siendo bonita, aunque no más que ella. Así que tomando con rabia el volante se dirigió hacia su casa con prisa, desviando su mirada al parabrisa y con ella su rabia, debía de retornar antes de una hora deslizándose lentamente por las grietas de su pasado. Y mientras tanto andaba pensando en cómo hacerle para llamar la atención de Albert. ...Ya habría momento para volverle a ver. A lo mejor sería al día siguiente, en el bufete, —pensaba— allí le cobraría tanto a Albert como a Silvio el desprecio y desplante recibidos el mismo día. Pues con todo el esmero que le puso a su maquillaje y arreglo personal, además del fino vestido que adquirió para la ocasión, no entendía cómo es que ellos dos no babearan por ella como el resto de los otros hombres.

     La mañana siguiente estuvo plagada de innumerables cosas por hacer, detalles por cuidarse, gente que reconocer del video que pudo grabar Alex sin mucho esfuerzo, entre otras cosas que hicieron imposible que Albert pudiera ir hacia el hotel en el que se alojaba Ellen. Era difícil para Albert dormir sentado en una silla lejos de ella y de la tibieza de los cuerpos de sus hermosos hijos. No habían pasado en realidad muchas horas pero él extrañaba a su mujer y a sus hijos, el sólo pensarlos le entibiaba el corazón, Y es que Ellen ocupaba sus pensamientos en cada espacio y cosa que hacía resaltando frente al gris monótono de la mañana.

     —¡Ejejey! par de hermosos, ¡ya! ¿Listos para irnos? —Se acercaba Alex hacia Albert y Silvio llamándolos con sólo un dedo relamiéndose los labios, haciéndoles un gesto para que se desperezaran e incorporaran y dirigieran, junto a ella, sin decidirse hacia cual de ellos mirar más detenidamente, pero esforzándose por mantener un tono neutral, se dirigió con ambos hacia la salida de la oficina del despacho.

     —¿Y a dónde se supone debemos ir?, —Decían Albert y Silvio a coro algo cansados, tenían la espalda bastante contracturada por la incomodidad de la silla, la postura rígida en la que estuvieron toda la noche y por el frío de la madrugada. Y con la nostalgia latente de sentirse fuera de su medio, sintiendo que aún se sentían lejos de alguna supuesta victoria y con el temor de perder el estilo de vida y temiendo perder a los amores de sus vidas si daban un paso en falso.

     —Mira, tu te me vas directito a la ducha y te me arreglas y talqueas como a mí me gusta porque se supone que tienes que ir a ver como anda la mujer de este, y tu te vienes conmigo, ¿viste que desde que andamos juntos no se les ha pegado ni un mosquito?, bueno, eso seguirá así por mucho tiempo más. Pero tienen que venirse siempre, conmigo;