Capítulo 37

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CAPITULO 37


     Albert se marchó del hotel con el corazón marchito por su propia causa, al amparo de la noche, con una sola idea cruzando por su cabeza: eliminar a todos los hombres que de alguna u otra manera habían permitido que sus decisiones produzcan desilusión, ira y desamor en Ellen. Trepó con rabia la escalera que minutos antes dejara apoyada al borde de ese techo y sin mucho esfuerzo cruzó al frente, desde allí, pudo ver a través de la ventana a su amada con los brazos doblados sostener su rostro. Ellen lloraba, y cada lágrima que ella derramaba laceraba su alma, mientras él se alejaba sin notar que instantes después Silvio salía en su defensa.


       De pie, de espaldas a la ventana, mirando furtivamente el horizonte, observó su reloj pulsera, aún era temprano, para la cita con Alex, pero seguir allí contemplando a Ellen llorar no era nada sano, sabía además que tenía que concentrarse e ir sereno a aquella confrontación.


     —Hermano, sólo nos quedan seis mal nacidos de la lista y acabará este infierno. —Decía Silvio dándole alcance,  intentando confortarlo. Recuerda sólo quedan seis los últimos que faltaban eliminar de la lista.


     —Así fuera solo uno me lo debo a mí mismo, pero sobre todo a Ellen, mi inocente mujer, ¿Sabes una cosa hermano? Después de lo de hoy, tengo la suficiente rabia contenida como para terminar yo solo con todos. Esta tarde, pude darme cuenta que si hay alguien que puede matarme es ella. Con una sola mirada, Ellen tiene la suficiente munición para llevarme al paraíso celestial o para pisotearme hasta arrojarme a las mismas llamas del infierno.


     —Pude darme cuenta hermano, pero que te puedo decir, si ya sabemos todos que ya se te ha disecado el cerebro. Ya no te pongas más huevón, sé que la cagaste tal como te dije, pero ya lo hecho, hecho está. Y conste que te lo advertí más de media docena de veces. —Decía Silvio intentando hacerlo reaccionar de mejor manera.


      —...


      —¿Recuerdas la nota que escribiste hace unos días, hermano?


      —¡ahm!


      —Pues te cuento que un pajarito le ha dejado esa hojita a tu mujer.


     —Por ti es que estoy metido hasta lo más hondo rodeado de esta mierda, que espero algún día lo entiendas. Pero sobre todo te des cuenta que en mi corazón sólo hay espacio para una mujer sobre la tierra y esa eres sólo tú. — Gritó Albert a los cuatro vientos, como si el mismísimo cielo pudiera retransmitir aquellos pensamientos y lamentos hacia aquella ventana en la que se encontraba aquello a lo que Albert más protegía en esta vida.


     —Ya, ya cálmate, más bien aconséjame como enloquecer a Lucero, sabías que ni me pela y ni qué decir del orangután de mi suegris, no me baja de gánster y pordiosero. Eso si es terrible bro, así ni chance de formar un nidito de amorsh, Yo no quepo en la soledad, en tus espacios vacíos ni debajo de los ríos, detrás de las olas, ni en el borde invisible de esta noche, si me buscan solo hallarán las vísceras de este demonio en el que ya no estoy. 


     —... Hermano, no es por envidia, pero creo que si Lucero te da otra dosis de indiferencia y te sigue desdeñando un poco más podrías ganar algún premio de esos o a lo mejor vivo al lado de un poeta dormido que dice no serlo y va despertando al mundo.

ÁNGEL O DEMONIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora