11. Cuando Me Muera.

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Jolyne estaba limpiando un charco de arcoíris que estaba en la sala con un pañuelo.

—¡Este burro de mierda! —se quejaba—. ¿Para qué me lo tuve que traer...? Bueno no importa, después yo lo voy a vender y me voy a llenar de plata... ¡Lo voy a sacar a mi papá de la carcel! ¡Voy a pagar su fianza!

Escuchó entonces el sonido del auto de su madre estacionarse, por lo que rápidamente metió al pañuelo adentro de la alfombra y corrió directo a su habitación. Allí estaba el unicornio durmiendo sobre la alfombra de la pieza. Mide masomenos lo mismo que un perro mediano.

Las horas pasaron... y esa misma noche tras colgar la llamada que había tenido con su abuelo, fue a su habitación y el unicornio ya no estaba. Claro que no lo notó hasta la mañana siguiente por el sueño que tenía.

Despertó y al ver que el unicornio no estaba empezó a ponerse nerviosa. No lo encontró en ninguna parte y esto la molestaba profundamente, ¿En dónde se habría metido?

Se puso helada al escuchar el sónido de la puerta siendo golpeada. Se escuchó entonces la voz de su madre, quién parecía estar triste.

—Jolyne... Vestite... Me llamó tu abuela y tenemos que irnos a la morgue... —dijo desde atrás de la puerta.

¿Qué estaba pasando?

...

Era la mañana y se podía ver a un hombre rubio caminar por las calles de un barrio común y corriente. Estaba lastimado en casi todo el cuerpo y no llevaba pantalones, sino que estaba expuesto tal y cómo lo trajo el mundo.

Su andar estaba descordinado, como si no tuviera las suficientes ganas de caminar. Fue entonces que llegó hasta un edificio dónde una gran puerta azúl y enrejada lo esperaba. Se trataba de su supermercado... El supermercado bizarro de Dio.

Al abrir la puerta volvió a cerrarla y se dirigió de inmediato a su habitación, en dónde estaba Pucci durmiendo sobre el sofá. Se sentó entonces en la silla de madera que estaba ahí.

Con pesadez se llevó las manos a la cara, a lo cuál empezó a respirar profundamente como procesando todo lo que le acababa de suceder. Apretó los dientes de la frustración que estaba sintiendo e impotencia de saber cómo habían capturado a su hijo... ¿Qué clase de padre era? El mismo tipo de padre que tuvo, por supuesto.

Toda esta odisea no fue más que un golpe a su orgullo.

De la rabia golpeó su escritorio con tal fuerza que no solo le arrancó un pedazo, sino que además las astillas se clavaron en sus dedos, provocando que su sangre empezara a salir y por supuesto el sonido despertó a Pucci.

Dio observó con detenimiento su mano, la cuál temblorosa acercó hacia su rostro para apreciarla en detalle. Las astillas atravezaban sus nudillos, quebraron sus huesos y brotaban sangre.

Pucci al ver a Dio se frotó ambos ojos, se paró y se acercó a él.

—¡Dio-sama! ¡Volviste! ¡Estuvimos todo el día preocupados por ti! —exclamó.

El vámpiro, en cambio, no pareció prestar atención.

—Glóbulos rojos, glóbulos blancos, plaquetas... —pronunciaba—. La parte líquida; plasma, contiene agua, sales y proteínas.

—¿A qué viene eso, señor? —preguntó Pucci.

—Agua... —pronunció—. Estuve cincuenta y dos años pudriéndome bajo el agua...

—Sí pero... Volviste, ¿No?

Dio lo miró de reojo.

—Sí, volví, me cagué a palos con esos guerreros del hamon... —explicó—. Jonathan ya no estaba sólo, ahora con él estaban Erina, su hijo George, su nuera y el imbécil de Joseph. Sin mencionar a los otros idiotas, me tuvieron acorralado.

El Supermercado Bizarro de Dio Brando.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora