Capítulo 9

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01 de junio de 1978, Manhattan, New York

—Lamento muchísimo su pérdida, señor Kim. Al menos ahora sabemos que su esposa al fin está descansado... —le dijo la anciana, dandole un apretón en el hombro. Él en respuesta simplemente asintió.

Había pocos invitados, todos vestidos de negro a pesar del gran sol que resplandecía en el cielo despejado. Simplemente estaba él, su hijo, dos vecinas y el sacerdote.

Kim Hyunjin yacía perplejo frente al ataúd que se encontraba bajo tierra, mientras su hijo de cinco años jugaba a hacer pasteles con la tierra y una varilla de madera.

A pesar del calor, corría un poco de viento, que lo aliviaba y lo hacía sentir despejado.

Su esposa había fallecido producto al cáncer pulmonar que atacó sin dar mayores señales. Como naturalmente ocurriría, sus vidas resultaron dar un giro inesperado. Inevitablemente recordó cuando recibió la noticia hace más de seis meses. Aquel día en la que su esposa le ordenó la corbata y le peinó los rizos hacia atrás, de la misma manera que le hacía a Taehyung. El gel permitía que perduraran con las horas en el mismo sitio y forma. ¿Ahora quién lo peinaría y le arreglaría la corbata? Una desolación le ahondó el alma.

—Usted tiene cáncer en el pulmón, señora Kim —anunció el doctor—. Lamentablemente las expectativas no son buenas por el tamaño del tumor y los tratamientos en esta zona del país son escasos... Pero Estados Unidos tienen una tecnología avanzada para tratar estos casos.

Al escuchar esta noticia, lo único que sabía HyunJin es que no dejaría que su esposa lo abandonara. La profundidad de su sentir era la razón de despertar cada mañana. Lamentablemente, aquel motor ya no existía más.

Desde que recibió la noticia, su foco era salvarle la vida al amor de su vida. Y para ello debía tener dinero y conexiones. Kim durante años se desempeñó como chofer personal para el CEO de automóviles en Seúl, aunque por la imperiosa necesidad económica recurrió a solicitar nuevos trabajos, laburando hasta 16 horas al día. Además, la crisis económica de Corea entorpecía aún más su objetivo económico.

—Dime que te está ocurriendo, Kim. Ahora —demandó su jefe—. Mira tu rostro. Luces demacrado. ¿Qué pasa si chocas y nos matas?

Inevitablemente se inclinó casi a noventa grados, a modo de disculpa. Era cierto que su apariencia no era la mejor. El descuido fue ineludible. Sin embargo, no quería desperdiciar el tiempo. Para él, cada segundo valía oro; cada segundo era un segundo menor en la vida de su amada esposa.

—Perdóneme, por favor. Lamento si mi rendimiento ha disminuido, lo que pasa es que... —Trago saliva, sin incorporarse aún—. Mi esposa tiene cáncer al pulmón. Ahora tengo tres trabajos para poder pagarle un tratamiento en Estados Unidos —Se incorporó—. No deseo ser una molestia para usted...

Su jefe lo miró con lástima. Lo conocía hace años; durante años escuchó sus quejas y problemas mientras conducía. Durante años guardó sus secretos, fingiendo demencia al ir por él en sitios que no debía, como en aquella casa de la mujer de bajos recursos a quien amaba, pero no podían estar juntos pues ya tenía una familia y un prestigio social que conservar.

El hombre mayor tocó su hombro. Y se subió a su auto sin emitir alguna palabra.

Cuando llegó a su hogar aquel día, después de limpiar los baño de un bar, vio un pequeño paquete en la entrada de su casa. Lo cogió y abrió la puerta.

The City | Taekook KookvDonde viven las historias. Descúbrelo ahora