𝒞𝓊𝑒𝓁𝓁𝑜

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Motivación automática.
Un simple y suave toque me puede hacer caer en la locura. Llegar hasta los límites de la cordura. Mi cuello sensible al tacto, mi cuerpo débil ante el estímulo.

Qué valor erótico adquiere. La piel suave en una cautivadora sombra, un cuerpo que atención requiere.

El calor que provoca en cada beso, cada caricia, cada respiración pesada sobre él. Sensación plácida en cada momento que es atendido.

Pero no siempre es seducción su provocación.

Unos indescriptibles deseos de envolverlo con mis manos. Apretarlo, lastimarlo, presionarlo hasta ver sus respuestas en el cuerpo reprimido de su dueño. La voz saliendo de la garganta, haciendo vibrar mis dedos.

¿Que más podría hacerle?
Quizás, asfixiarlo con mis manos, con una cuerda, una cadena, lastimarlo con mi uñas, con instrumentos filosos, rasposos, hacerlo sangrar con mis dientes, con elementos punzantes, aniquilantes.

Parece que después de todo si resultó seductora su provocación.
Al menos en mi situación.

Escuchar los gritos del portador, mientras mis dientes se clavan en su cuello, como un ser demoníaco sediento de sangre, hambriento de tacto, hundiendo su piel caliente en mi propio deseo, mi propio placer.

El gusto culposo que tengo desde que sentí la primera oleada de calor en mi propio cuello. El calor que alguien me brindó y hasta nuestra separación lo obligué a seguir conplaciéndome con besos en esa tentativa zona.

𝕾𝖚𝖘𝖕𝖎𝖗𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖛𝖆𝖒𝖕𝖎𝖗𝖔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora