Herido

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Cosechar sus propios hongos había sido una decisión que al inicio no le pareció tan apetecible, pero ahora estaba más que agradecido de haberse animado a hacerlo. Su pequeño santuario de hongos se encontraba en la zona más profunda del bosque, donde había diseñado y adaptado una vieja cabaña hasta convertirla en un invernadero para el cultivo de sus preciadas formas de vida.

Hannibal se había esforzado de sobremanera para lograr que todas las especies cultivadas llegarán hasta su etapa final; los portobellos y las trufas habían sido generosos, la gírgola y la colmenilla también se lograron después de mucho esfuerzo, pero los hongos asiáticos habían sido su verdadero orgullo: shiitake, enoki y matsutake, todos preservados a temperaturas y humedades relativas específicas para lograr su crecimiento.

El doctor Lecter, como un buen aficionado a la gastronomía, conocía la importancia de cultivar tus propios insumos, por lo que su santuario de biodiversidad fúngica se encontraba dentro de su lista de prioridades. Todas las mañanas asistía a revisar sus cultivos, y después de asegurarse de que todo estuviera en orden, caminaba por el bosque con la esperanza de encontrar alguna especie endémica que pudiera ser utilizada dentro de sus recetas.

Algunas veces tenía suerte, otras no tanto. Debía ser cuidadoso con sus descubrimientos, pues no deseaba pasar por alguna mala experiencia donde terminara consumiendo alguna especie venenosa.

Esa mañana, como todos los días, salió de la cabaña para iniciar su búsqueda. Camino cerca del riachuelo que cruzaba su propiedad, disfrutando de los aromas invernales que inundaban sus sentidos. Pino, hierba, tierra húmeda, y más. Cubrirse del frío era necesario para sobrevivir, y Hannibal podía adivinar que pronto caería la primera nevada del año. Las temperaturas frías siempre suponían un riesgo para sus queridos hongos, pero ya había tomado las medidas necesarias para que no existiera ningún tipo de perdida. Sus cultivos se encontrarían cálidos, húmedos y ocultos mientras el cruel invierno azotaba Baltimore.

Los silenciosos pasos de Hannibal se detuvieron casi al instante en que escuchó un gemido lastimero proveniente de unos arbustos cercanos. Por lo que pudo reconocer, debía tratarse de un animal herido, tal vez una pequeña cría de zorro o coyote, pocas veces vistas en la zona, pero no por eso menos probable. ¿Un lobo? No, eso era aún más improbable. Tal vez algún mapache, con ellos ya había tenido que lidiar antes.

Atraído por la curiosidad, los pasos del doctor le llevaron hasta el origen de aquel sonido; los altos arbustos en donde se escondía el animalillo eran densos, como si alguien hubiese querido esconder a su víctima debajo de gruesas ramillas para que nunca fuera encontrado. Movió algunas de ellas y el animal gimió de nueva cuenta, realmente debía estar malherido.

Con suma delicadeza, comenzó a retirar las ramas principales, hasta llegar al pie de las raíces donde se encontraba la pequeña bolita temblorosa que suponía era un cachorro. El can le observó con sus profundos ojos llenos de temor, y cuando Hannibal estiró su mano para poder tomarlo, el perro malagradecido le soltó una feroz mordida con aquellos dientes ya crecidos. Tal vez no era tan pequeño y solo estaba desnutrido. Lecter no reaccionó ante la acción violenta por parte del animal, pues sus manos estaban protegidas por los gruesos guantes de invierno con los que solía salir desde que la temperatura había empezado a bajar.

—Tranquilo, no te haré daño. — habló, tomando al can con cuidado, logrando sacarlo de su pequeño sufrimiento.

Con un vistazo simple se dio cuenta de que el perro tenía una herida en el costado de su lomo, además de tener una patita lastimada como si hubiese sido aplastada por algo. Supuso que había sido atropellado, pues no sería la primera vez que encontraba a un animal afectado por la vialidad dentro de la zona.

El doctor no era un aficionado de los animales, pero había algo en la profunda mirada asustada de aquel perro que caló hasta el fondo de su alma. No podía explicarlo, pero estaba seguro de que el cachorro (o no) estaba rogando por su ayuda.

Golden Days | HannigramDonde viven las historias. Descúbrelo ahora