Capítulo 10

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—Roseanne Park  en un uniforme de vaquera. Es de verdad, ¿o algún monstruosamente vivo recuerdo de La dietilamida de ácido lisérgico?

Tenía seis años la primera vez que la vi a Taeyang.

Al mismo tiempo que Henry Lau abandono a HyoYeon en esa habitación. Su hermana menor, Amber, fue expulsada de la casa.

Porque ella también estaba embarazada.

Al parecer su Madre  estaba suscrita al Querida Mamita, un estilo de crianza —con alambres de suspensión y todo. De todos modos, cinco años más tarde, Amber murió en un laboratorio por una sobredosis de anfetaminas. El estado tomó custodia de Taeyang  hasta que fueron capaces de rastrear algún familiar con vida, HyoYeon.

Jennie  se quedó con nosotros el fin de semana mientras que su madre condujo a California para traerlo. HyoYeon entró en la casa de acogida y vio a un niño pequeño, con los ojos huecos y una camiseta negra desgarrada. Y a partir de ese momento, Taeyang  era suyo —aun cuando ella no lo había dado a luz.

Durante los primeros cuatro meses que Taeyang  vivió con HyoYeon y Jennie, no habló. En absoluto. 

Nos seguía, hacia todo lo que nosotras hacíamos. Cuando jugábamos a la escuelita él era la pizarra, cuando excavábamos por el tesoro, él era nuestra mula.

Pero nunca habló.

Entonces un día HyoYeon estaba haciendo unos mandados en la calle principal, y pasaron por una tienda de empeño. Taeyang se detuvo en su camino. Y observo la ventana delantera.

A una guitarra rojo brillante.

HyoYeon entró y se la compró. Por ese tiempo yo era muy buena tocando, así que ella pensó que mi padre podría darle a Taeyang  unas lecciones también. Pero—aquí está la cosa— ¿antes de que mi padre llegara a darle una lección? Taeyang ya sabía cómo tocar. Era un prodigio, como Mozart. Un verdadero genio musical.

A veces puede ser muy molesto con ello.
—Taeyang.

Lanzo mis brazos alrededor de su cuello. Él me aprieta firmemente en la cintura y mis pies dejan el suelo. Mi voz es amortiguada en su hombro—. ¡Dios, es bueno verte!

Sé que piensas que es un imbécil. Pero no lo es. De verdad.

Taeyang  se aleja, sus manos en mis brazos. Han pasado unos ocho meses desde que lo vi por última vez. Está tonificado y bronceado —saludable.

Se ve bien. Excepto por la barba. No me gusta la barba. Es gruesa y lanuda — me recuerda a un leñador.

—Tú también, Chaeyoung Te ves... —Su frente se arruga. Y su sonrisa se convierte en un ceño fruncido. —. Maldita sea. Te ves como una mierda.

Sí, ese es Taeyang. Siempre sabía qué decirle a una chica.

—Vaya. Con líneas así, debes estar golpeándolas con un bate en los Ángeles. Por cierto, hay una rata colgando de tu rostro.

Se ríe y frota su barba—. Es mi disfraz. Necesito uno ahora, sabes.

Justo en ese momento, un chico que parece  tener unos diez se nos acerca tímidamente—. 

¿Me puede dar su autógrafo, Sr. Tae?

La sonrisa de Taeyang  se ensancha. Y toma el papel y lápiz ofrecido.

—Claro que sí —garabatea rápidamente, entrega el autógrafo y dice: —No dejes de soñar, chico, ellos realmente se vuelven realidad.

Después de que el deslumbrado niño se aleja, Taeyang  se vuelve a mí, con ojos brillantes—. ¿Qué tan genial es eso? —Él es la cosa más caliente en la música estos días. Su último álbum se quedó en el número uno durante seis semanas, y tuvo una gran presentación para los premios Grammy de este año. Estoy orgullosa de él. Está justo donde siempre he creído que podría estar.

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