Capítulo 14

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¿Has lamido el piso del baño de hombres del Yankee Stadium? Yo tampoco. Pero ahora ya sé lo qué se siente. 

Sí, tenemos resaca. Es el infierno. Olvídate de los drones. ¿Si el ejército pudiera dar rienda suelta a este sentimiento? Habría paz en el mundo para todos. 

Estoy en la oficina del ginecólogo de mi madre. Tae y Jennie  vinieron por apoyo moral. ¿Nos ves allí? Alineados en las sillas, como tres delincuentes esperando fuera de la oficina del director. Jennie  lleva gafas de sol aunque estamos dentro, leyendo un folleto sobre el nuevo viagra femenino. Tae  está dormido, boca abierta, cabeza inclinada y apoyada contra la pared detrás de nosotros. Mi madre está aquí también, ojeando una revista sin leer ninguna palabra. 

Y yo solo estoy sentada, tratando muy duro de no mirar las fotos de los bebés recién nacidos que cubren las paredes. 

Tae  deja salir un ronquido y Jennie lo golpea en las costillas con su codo. Despertando él farfulla—. ¡Bolas de mono bombardeadas con banana! 

Todos lo miramos inquisitivamente. 

Y él se da cuenta de dónde está—. Lo siento. Una pesadilla —Entonces recuesta su cabeza contra la pared, los ojos cerrados—. Me siento como un taburete con gases —Jennie y yo asentimos al unísono. Y Tae  jura solemnemente—. Nunca voy a beber otra vez. Voy a ser legítimo. 

Su prima se burla—. He oído eso antes. 

—Lo quiero decir esta vez. No más alcohol para mí. De aquí en adelante, hierba solamente. 

Sí. Eso tiene sentido. 

Ya que estamos esperando de todos modos, tomemos un momento para reflexionar sobre uno de los ritos femeninos más sagrados, el examen ginecológico. Es totalmente extraño. 

Veras, durante toda nuestra joven vida, a las chicas nos dicen que permanezcamos puras. Conservar nuestras piernas cruzadas, las rodillas cerradas. Y luego pasamos a los dieciocho. Y tenemos que ir a una oficina y ver a un doctor que, basándose en las estadísticas, es un hombre de mediana edad. Y luego tenemos que desvestirnos, completamente desnudas. Y dejar que él nos palpe. Y que nos toque con sus dedos. Un jodido desconocido. 

Oh, y luego está la mejor parte, la conversación. Sí, te habla durante el examen. ¿Cómo va la escuela? Seguro está lluvioso afuera hoy, ¿no? ¿Tu madre lo está haciendo bien? Todo un esfuerzo para distraerte del hecho de que su muñeca está profundamente en tu vagina. 

¿Puedes decir raro? 

Y que ninguno de los hombres allá fuera trate de llorarme un río sobre los horrores de su examen de próstata. No se compara. Un dedo en el culo puede ser bastante agradable. Por lo menos no tienes que elevar las piernas en un artilugio que se originó como un instrumento de tortura medieval. Las mujeres conseguimos definitivamente la parte cruda del trato en ésta. 

Una enfermera en bata azul llama mi nombre. Mi madre y yo nos levantamos y entramos en la primera sala de examen a la izquierda. 

Me quito la ropa y me pongo la bata plástica rosada, con una abertura en el frente, por supuesto. 

Es mejor para verte, pequeña caperucita roja. 

Me siento en la mesa, el forro de papel crujiendo debajo de mí. Mi madre está parada a mi lado, frotando mi brazo solidariamente. Y entra el doctor. 

Echa un vistazo. Barba blanca. Mofletes. Gafas redondas. Dale un sombrero rojo, y podría montar totalmente esa última carroza en el desfile del día de acción de gracias de Macy. 

¿Tengo que ir a la tercera base con Santa Claus? ¿Estás bromeando? 

La navidad nunca será lo mismo. 

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