Friday (You're in Love) | Cutison.

Capitulo 23: Tango

La cama de dos plazas tendida con dulzura. Afuera, en la ventana, se veía la noche y los grillos sonaban en su sinfonía nocturna. La luz del cuarto estaba prendida, el ropero abierto de par en par, las remeras y pantalones encima de la cama hecho un desorden. Desde el marco de la puerta, Karen observaba a su compañero ponerse perfume frente a la ventana. Su cabello mojado, jeans, cinturón, zapatillas y camiseta, pullover, campera. El olor a perfume caro volaba por la habitación. Ella hizo una mueca.

—¿A qué hora volvés mañana?— interrumpió el silencio. Cruzada de brazos, dejó que su cabeza cayera encima del marco de la puerta.

—Cuando Lolo me suelte, amor. Vos conocés al uruguayo. Seguro estando allá en Retiro nos invita a comer o algo— Cristian se dió vuelta con su mirada tranquila. Incluso cuando vio la mirada de Karen, no se mosqueó. Se arregló la campera "así no más" que tenía puesta. Se miró al gran espejo de cuerpo completo que estaba en el closet: ver su figura fuera de él era hermosa. Karen seguía mirándolo con cara de triste. —No, no ¿qué es esa cara?—

Cristian se acercó a ella, tan tranquilo como siempre. Le quitó un mechón de pelo de la cara y la rubia, dejándose arrullar, dejó que su mejilla se pegara a esa mano que la acariciaba.

—¿Tanto perfume para ver a Lolo?— murmuró Karen con los ojos cerrados. Sintió las caricias en su mejilla y abrió los ojos, esperando una respuesta que quería ser callada con caricias.

Cristian negó.
—Vos sabés que tengo que ir presentable—

Asentía.
—¿Qué hago con Valen?—

Le dejó un beso en la frente.
—Decile que duerma temprano que mañana tiene que ir al jardín— De su mejilla, sus manos bajaron a abrazarla. Enredó brazos en ella y trató de reconfortar su cara de triste. Él sabía que Karen presentía cosas. —Y vos tampoco. Descansá. Aprovechá que tenés la cama grande para vos solita—

La risa de Karen sonó tapada en su hombro. Las manos de la rubia encima de sus hombros eran señal de que lo había logrado. Dejó su mentón en la cabeza de la muchacha, oliendo su perfume dulcineo llegar a su nariz. También hizo una mueca triste cuando un doloroso baile en su estómago le hacía recordar que esto era su culpa.

—Vos sabés que hago todo para que esto funcione— murmuró Cristian, bajito, como si así pudiera sacarse un poco el dolor de panza y la culpa no le hiciera picar la mano. —Por Valen— Suspiró. —Por vos—

El silencio tranquilo de la casa, de fondo unos dibujitos animados y el calor hogareño, todo quedó detrás de la puerta cuando Cristian se despidió de su esposa y su hijo dormido. La noche del miércoles estaba helada, tapada por las luces naranjas. Cristian se arrepintió de no traer más abrigo en la mochila.

Su auto avanzó por el barrio. Pasó casas tras casas, autos tras autos, gente charlando en los almacenes nocturnos. Se miró por el retrovisor, verificando que su pelo esté bien. Con el frío que hacía en el ambiente, se arrepintió de haber traído su camisa negra desabrigada. Se moriría de frío. Su campera y pullover no aguantaba el helado clima y sentía que se le congelaban los brazos de a poco.

En el semáforo, ya llegando a la avenida, se detuvo para ver la noche en movimiento. Gente que volvía a casa, padres con sus hijos, familias juntas dando vueltas por la avenida. Se hacía pequeño en su asiento después de volver a aquel lugar que, como una cerveza, necesitaba ver al menos una vez por semana.

Sin recorrer la avenida, la atravesó, pasando a la calle del frente para meterse de lleno al barrio de su amigo. Le había dicho a su esposa que iría a su casa para luego viajar por trabajo hasta Retiro, a buscar un par de papeles del laburo, que el uruguayo lo iba a acompañar porque eran para él. No le dijo que, en realidad, se había tomado el día en el trabajo porque había hecho todo el lunes.