Capitulo 25: Manos en los bolsillos

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Las nubes jugaban con las estrellas. Taparon todo el cielo, dejando sólo su figura esponjosa en medio de la noche. Sólo unos cuantos agujeros en el cielo dejaban ver las estrellas escondidas en las nubes. Una avenida entera iluminaba con sus últimas luces del día a la nocturna ciudad que no descansaba. Cristian prendió el limpiaparabrisas, haciendo deslizar las pequeñas gotas que cayeron en el vidrio.

El camino se le hacía borroso cuando se perdía en sus pensamientos. Sus ojos estaban al frente pero su mirada estaba en sus ideas, en esas que le hacían apretar fuerte el volante. Apretó los labios al llegar al primer semáforo. Se preguntó si estaba haciendo bien en ir a verlo. Valentino le preguntó adónde iba y él no le pudo contestar. Quiso dejarse caer sobre el volante.

Otra vez escapaba de la casa en busca de algo que se supone debería haber dejado atrás suyo. Cristian no podía evitar mentirse una y otra vez diciendo que esto era algo que iba a pasar. Pasaban meses y no podía dejarlo ir. Pasaban y pasaban como los autos en la avenida y él sólo podía avanzar con ellos.

"¡Otra vez te vas!" recordaba los griteríos de Karen cuando le dijo que saldría con el abrigo puesto. "Yo no sé qué querés que haga. Y me seguís mintiendo. ¡No te rías!"

Seguía haciendo de las suyas. Estaba seguro que los rasguños en su brazo no pasaron desapercibidos y que el olor a cigarro no se le iba de encima. Incluso él podía olerlo de vez en cuando y sentirlo en su boca cada vez que tragaba sus vasos de cerveza. Ya no podía decir nada. Sus manos apretadas al volante, en señal de huida, le dijo a Karen que dormiría en casa de Paulo para no molestar.  Mintió otra vez.

Había hecho tanto escándalo para hacer lo que Rodrigo le había dicho que haga. Su auto manejó por la avenida hasta la plaza de la ciudad. Durante ese tiempo siempre la pasó de largo, fingiendo que no le generaba nada, que era una plaza más. Todo el rejunte de emociones se fue a su estómago cuando dobló que juraba que en cualquier momento explotaría. Tenía que respirar para mantener la calma.

El reflejo de luces en el local de canchas en su auto se deslizaba sobre su figura mientras se iba acercando. Su auto estacionaba despacio en el cordón de la vereda. Este era su último instante para arrepentirse. Podía dar marcha atrás. Podía ir a casa de Paulo y pedir un teléfono para pedir ir a casa. Podía arreglarlo todo todavía. Cristian se encontró a sí mismo mintiéndose de nuevo.

Puso el freno de mano. El sonido de la palanca que se movía para atrás. Su mano agarró la manija de la puerta y la tiró para atrás; apenas abrió, notó el frío que hacía mientras un viento suavecito sopló contra su cara. Miró al cielo, tan imponente e infinito que Cristian se sintió pequeño. Finalmente estaba delante ese lugar que, en algún momento, se le escapó prometer que jamás volvería. Él se mentía de nuevo.

Desde el portón se veía el ventanal del local. Las luces aún encendidas dejaban ver las sillas acomodadas encima de las mesas. No había nadie en el local. Sólo vio a esa muchacha de siempre qué había olvidado el nombre de nuevo. Hace tiempo que no la veía. Ella terminaba de arreglar sus bolsos para salir. Sin ver a Heungmin por ningún lado, le dió un poco de vergüenza entrar. La chica lo vio.

Con sus bolsos casi arrastrados se acercó. Llevaba puesto un gran piloto y una cara de extrañeza cuando se encontró con Cristian parado en la entrada. Le dió más vergüenza; sus manos se empuñaron en sus bolsillos de la campera.

—Fua, Cristian— dijo ella cuando salió. La puerta hizo ruido en medio del silencio. El viento sonaba en las copas de los árboles. —Tanto tiempo—

—Camila— quiso saludar.

—Seguís sin acordarte mi nombre— Ella se quería reír. —Micaela—

Friday (You're in Love) | Cutison.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora