Capitulo 16: Condimentos

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Valentino creía que la tele de casa de mamá sonaba fuerte, más fuerte que nada. Si ponía el volumen a veinte, los dibujitos sonaban por toda la casa. Karen solía molestarse por eso. Pero Valen, sin dudas, se concentraba más si el volumen de la tele gris sonaba fuerte. Parecía que sus juguetes hablaban como los personajes por sí solos. Era como si toda la sala de estar fuera un gran dibujito animado. Sólo pocas cosas podían sacarlo de su sueño, como el teléfono.

Ring, ring, molestaba para hacerse escuchar. Estaba al lado del elefante frágil con un billete viejo enroscado en su trompa y, no, ring ring no era el sonido de un elefante. Fue a buscar a su mamá a la cocina, molesto.

—¡Mami, teléfono!—

Las dos ollas hervían encima de las hornallas. De fondo la televisión se oía en la pequeña sala de cocina. La mesa está ocupada por harina y un rodillo de cocina.

—¿Me cuidás un segundo?— dijo Karen hablando de las ollas. Una con agua, la otra con salsa. Con el trapo en las manos, caminó a la sala de estar.

La recibió de golpe el volumen fuerte de la tele. El teléfono sonaba. Karen atendió rápido. Miró mal el ruido de la tele y logró cazar el control remoto, solo para bajarle el volumen que tanto la estaba aturdiendo.

—¿Hola?—

—«Karen, ¿cómo estás?»— La voz del otro lado sonaba apurada.

—¿Todo bien, Paulo? Hace un montón que no sabía nada de vos— La mujer se cruzó de brazos, oyendo con más atención.

—«Todo bien»— Cortó rápido con la charla introductoria. —«Escuchame. Perdoname que te moleste, pero, Cristian...»—

—Sí, ya sé— le sorprendió el bufido de Paulo. —No te preocupes— asentía a las palabras de Paulo, aunque no la estuviera viendo. Lo dejó hablar un poco más. —Sí, sí, está todo bien— un poco más. —Dale, nos vemos—

Karen no pudo decir nada más porque Paulo ya había cortado. a la puerta de la sala, Valentino, oyendo a medias las conversación pero con toda su atención.

—No escuchés fuerte la tele, te vas a quedar sordo— Le pellizcó una mejilla al nene. Valen asintió, corriendo a buscar el control remoto.

Los pasos de Karen volvieron a la cocina donde se oía el hervir de las ollas y el revolver de la cuchara de madera. Cristian estaba haciéndose cargo de la cocina, como si fuera suya. Se tomó el tiempo para mirarlo probando la salsa con detalle, con casi gusto clínico, para después abrir la alacena y buscar. La cocina era tan pequeña, aseguraba Karen, que Cristian casi podía sentirla respirar.

—¿Y los condimentos?— preguntó Cristian, dándose vuelta y viendo a la rubia recostada en el marco de la puerta.

—Del otro lado— enseguida lo vio moverse en la angosta cocina, llegando a la otra alacena. Allí, en pequeños frascos, cada condimento con la letra de Valentino que padre e hijo se encargaron de hacer.

Bajó uno, dos frascos. Puso poquito mientras revolvía la salsa. Después, dejando la cuchara de madera, buscó un tenedor y pinchó los ravioles. Faltaba. Se apretó los labios.

—¿Vamos poniendo los platos?— dijo Cristian. Se dió vuelta, dejando la cocina andando a sus espaldas.

Notó que Karen había observado todos y cada uno de sus movimientos con una sonrisa que brillaba con nostalgia. Cristian quiso sonreír igual, pero sólo hizo una mueca.

El sonido de la televisión fuerte, el agua hirviendo y el calor del hogar. Cristian podía decir que finalmente tenía lo suyo, Otra vez. Algo que realmente era suyo.

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Friday (You're in Love) | Cutison.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora