El doctor Antonio Cervantes era mi amigo. Y ahora está muerto. Él era un científico, un científico en el más puro significado de la palabra. Curioso, tenaz, dispuesto a todo por encontrar la verdad. Nos conocimos en la Facultad de Medicina en 1957, y desde entonces nos volvimos inseparables. Después de habernos graduado yo me casé y él se mudó a un pueblo lejano para poder trabajar con tranquilidad. En realidad, él nunca ejerció la medicina como tal, le dedicaba más tiempo a la investigación. Se graduó en Física y Química, y además obtuvo doctorados en biología, matemáticas y casi en todas las ciencias conocidas. Era todo un erudito, por supuesto él nunca se casó ni tuvo familia, no había tiempo para eso. Vivía solo y aislado del mundo, siempre estaba trabajando en algo nuevo, se obsesionaba con facilidad, pero jamás lo vi tan obsesionado como cuando empezó a trabajar en su proyecto más ambicioso. Quería crear la célula perfecta, una que no muriera jamás. La clave para lograrlo, según él, se encontraba oculta en algún sitio. Y él iba a encontrarla.
"¡No más cáncer! ¡No más muertes!"
Decía entusiasmado mientras daba un sorbo a su café, mirando al techo de su despacho.
La última vez que hablé con él fue hace un año, en su último cumpleaños. Él no celebraba nada, aún así le organizaba una cena cada año. Aquella vez le regalé un reloj de oro ya que él nunca sabía qué hora era, por mucho que le interesara saberlo, solo le importaba su trabajo. Me dijo que sus experimentos estaban dando frutos, había logrado alargar la vida de una mosca durante 3 meses, lo cual era bastante impresionante ya que la vida máxima de las moscas son de un mes, había alargado el tiempo de vida del insecto, y sabía que ese era el primer paso para lograr lo que estaba buscando en organismos más complejos. Pasó el tiempo y no volví a saber nada más de él, simplemente se esfumó. No respondió mis cartas, ni respondió el teléfono, yo sabía que algo malo estaba pasando, pues si bien era alguien que disfrutaba de la soledad jamás tardaba demasiado tiempo en comunicarse. Así que sin más decidí ir en su búsqueda.
Él vivía apartado del mundo en una pequeña casa, a las afueras de un pequeño pueblo de Maine (Estados Unidos), él decía que era un lugar perfecto para trabajar pues estaba lejos de todo. No había tiendas, ni niños jugando fuera, solo estaba él y el silencio, sin distracción alguna. Viajé por más de 6 horas en la carretera hasta llegar a Maine, me detuve en la gasolinera, pues no tenía suficiente combustible para llegar a casa de Antonio. Aparqué mi coche pero nadie me atendió, bajé y me dirigí a la gasolinera, allí no había nadie, y no sólo eso sino que parecía que estaba completamente abandonada. Pensé en llenar el depósito de gasolina yo mismo, pero los tanques estaban vacíos. Así que subí a mi coche bastante frustrado y seguí mi camino, mientras más me adentraba en el pueblo, el ambiente se volvía más denso y no podía evitar sentirme observado, no tardé en darme cuenta que el sitio estaba desierto, ya no era el pueblo pintoresco que una vez conocí. Se había convertido en un lugar frío y gris. En las calles no había niños jugando y animales corriendo cerca, estaba cubierto por un lúgubre silencio. Aquel pueblo era un pueblo fantasma donde solo el motor de mi coche se podía escuchar:
"¿Adónde habrá ido todo el mundo?"
Me pregunté, y lo más importante aún, ¿Qué los obligó a irse?. Tal vez ocurrió algún desastre y todos se fueron de ahí incluido mi amigo Antonio. Podría estar herido, o algo peor:
"Tengo que llegar a su casa lo antes posible"
Pensaba, pues en ese pueblo no había nadie que me pudiera dar información.
Mientras mi mente creaba y descartaba hipótesis, el motor de mi coche comenzó a apagarse. La gasolina se había agotado y ahora el silencio era total. Decidí que lo mejor era ir a pie... qué remedio. Así que seguí andando por el pueblo hasta llegar al sendero que conducía a la casa de Antonio. El coche no corría peligro ya que en el pueblo no había ni un alma y por tanto nadie que pudiera robarlo o hacerle algún daño. Mientras andaba por las callejuelas del pueblo pude vislumbrar unas marcas en las casas, parecían los zarpazos de un tigre, aunque en un área tan boscosa podría tratarse de un oso que bajó al pueblo y atacó a los civiles haciendo que estos se fueran rápidamente, lo cual me parecía algo exagerado, ya que los ataques de osos no eran tan brutales ni tan frecuentes como para evacuar un pueblo entero. Yo solo esperaba encontrar a Antonio, y encontrarlo con vida.
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Historias Para No Dormir 6
Kinh dịCon el paso de los años, las historias de miedo crearon arquetipos y forjaron un lenguaje narrativo común que desembocó en la auténtica edad de oro del género que fue el siglo XIX. Tuvieron que llegar grandes maestros como H. P. Lovecraft o Edgar Al...