Capítulo Cuatro.

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Son las seis y media y no puedo evitar sentirme ansiosa. Las manecillas del reloj parecen haberse fundido en su posición actual.

A eso de las dos, Niall había respondido mi mensaje confirmandome su presencia esta noche. Solté un gritito de felicidad en cuanto leí su respuesta, lo cual me valió una reprimenda por parte del profesor de cátedra.

Camino de un lado a otro en la habitación, con una inquietud que casi raya lo cómico. Sonrío levemente al imaginarme hondos surcos en toda la alfombra, producto de mis pies siendo arrastrados a lo largo de su superficie.

Pienso en Mags, en lo feliz que se pondrá cuando se entere de mi decisión de hablar con Niall. Aunque me cueste admitirlo, ella tiene razón. Es tonto sufrir por algo que puedo remediar fácilmente. Y si ese algo empeora y no tiene solución, bueno, pues paciencia.

Niall entenderá. Porque eso es lo que los amigos hacen, siempre lo comprenden todo, por más loca y jodida que esté la cosa... ¿Verdad?

A las siete menos cuarto decido que es hora de empezar a arreglarme.

Abro mi closet y saco el primer par de jeans y camiseta que encuentro, literalmente, pero en el proceso mis ojos se topan con un vestido azul marino de tirantes, y mágicamente la camiseta de 5SOS pierde atractivo. No me malinterpretes, yo siempre amaré esa maldita banda, pero esta vez busco lucir diferente ante los ojos de Niall, es por eso que lentamente la arrojo encima de la cama y me apodero del vestido.

-¿Cuál era su color favorito? ¿Rojo? Debería habérselo preguntado alguna vez- susurro un montón de frases absurdas mientras me visto- o tal vez era verde. Una vez me dijo que le gustaba mi pelo...

El vestido me queda perfecto, me alabo mentalmente por la elección.

Son las siete y cinco, ¿Debería maquillarme?

Lily Stevens usa tanto rímel que sus pestañas parecen las patas de una araña peluda, ¿Le gustarán acaso a Niall las chicas con mucho maquillaje?

Observo mi tocador con el ceño fruncido, y me le acerco dubitativa. Decido que un poco de base será suficiente.

Siete y veinte.

Oh, demonios. Ni siquiera he pensado en los zapatos, ¿Estarán bien unas sandalias? Y mi pelo, Dios santo...

Siete y media, no puedo más. Es hora de ir a la plaza a esperarlo, no vaya a ser que llegue antes que yo y no me encuentre por ningún lado.

La plaza que se encuentra en la esquina de casa es bonita, por así decirlo. Tiene un par de columpios y un tobogán para que los niños jueguen, unos bancos de madera blancos para cualquiera que desee sentarse a disfrutar de la brisa fresca que mece las copas de los árboles. Y aún así, no puedo evitar sentirme triste cada vez que la veo.

Elijo una banca cerca del área de juegos y me siento, jugando con mi celular para hacer pasar el tiempo mientras espero.

Siete cincuenta y cinco. Tomo aire, él tendría que estar llegando.

Ocho con dos minutos. Dios, Dios, Dios...

Ocho y diez. Repaso mentalmente mi discurso, encuentro un par de cosas que suenan demasiado histéricas y las cambio.

Ocho y cuarto. ¿Dónde demonios está?

Ocho y media. No estoy segura de haberle dicho que a las ocho, ¿Y si era a las nueve? Reviso mi celular para cerciorarme.

Nueve menos cuarto. La estúpida brisa fresca hace que no sienta los dedos de los pies. Y estoy malditamente segura de haberle dicho que a las ocho.

Las nueve. Tal vez se retrasó.

Nueve y media. ¿Y si le sucedió algo?

Las diez. No va a venir.

Las once. No vino.

Unfading; nh.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora