𝐊𝐎𝐎𝐊𝐌𝐈𝐍 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀𝐕𝐄𝐑𝐒𝐄 ᎒ Jimin tenía un pequeño (gran) crush con Jungkook desde los quince años.
la realidad, era que el Omega se convertía en un manojo de nervios cuando estaba frente al alfa, dejando de ser aquel extrovertido y parlan...
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—¡Esa cosa vale más que mi auto!
—¿Tú auto? Taehyung, ¡Esa cosa vale más que tu auto y mi motocicleta juntos!
—Estoy seguro que le dobla el precio.
—¡Lo triplica!
Jimin dió un resoplido largo, con fastidio.
Sus amigos hablaban como si tuvieran un megafono integrado, similar al altavoz que se encargaba de dar los anuncios estudiantiles por los pasillos de la facultad.
—¿Quieren dejar el escándalo? —murmuró, enroscando el tenedor en su plato de pasta—. Son un par de exagerados, la cafetería entera se va a enterar.
Estaba en lo cierto.
Las personas en las mesas aledañas morían por averiguar de que hablaban y trataban de echar un ojo a su antebrazo. Pilló dos o tres vistazos cuando examinó a su alrededor y tuvo que rodar los ojos.
—¡No me puedes pedir que no emocione! —Jin graznó, picando su ensalada—. Ese brazalete es de la nueva colección, ¿de cuántos quilates es?
Se rehusó a contestar, metiéndose una enorme porción de spaghetti gratinado a la boca.
—¡Oh, vamos! —Taehyung bufó, en tanto agitaba su jugo de uva—. ¿Por qué ni siquiera te lo habías puesto?
—Precisamente quería evitarme el interrogatorio —resolvió, luego de tragar—. Sabía que me atacarían con estas preguntas, son insufribles cuando quieren serlo.
Los aludidos se dedicaron una mirada y se encogieron de hombros al mismo tiempo, asintiendo al asumir la realidad.
—Bueno, cúlpanos si quieres, pero ese regalo es muy hermoso y muy caro, ni juntando los ahorros de los tres, podríamos pagarlo.
Jimin tuvo que darle la razón a Jin.
A su fondo de ahorro le estaban saliendo telarañas, no reunía ni los trescientos wones.
—Estaba mejor en su caja, por lo que veo —musitó, al observarse la muñeca.
El pequeño felino de oro brillaba con la luz artificial.
—¿Por qué ocultarlo? Todos saben que Jungkook y tú están saliendo —Taehyung añadió, con las mejillas repletas de macarrones.
Efectivamente, ya no era un secreto y la noticia se esparció como el aroma a pan caliente, de un salón a otro con cientos de susurros a los que tuvo que acostumbrarse en menos de una semana.
—Eso es lo que me incomoda —exclamó, al morder un popote—. ¿No estuvo mal que lo aceptara?
El beta frunció el ceño y Jin lo miró con un signo de interrogación en la frente.
—¿Por qué habría de estarlo?
—No lo sé —Jimin se desvaneció en su silla—. ¿No pensarán que soy un interesado?