The sunset is the dawn of those who work in the shadows

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Alastor no creía que ni Niffty estuviera al tanto de que ella fue su primer contrato. Ante de ella, no había visto necesidad de poseer algo que realmente no le interesaba, y desde que había llegado al Infierno, él había tenido todo el poder necesario para mantener su estatus y no ser molestado. Pero Niffty había sido la primera persona que lo había entretenido después de Rosie. Ese rayo de energía embotellada, risa contagiosa y pasión por aquello que amaba lo llevó a hacer un trato con ella. Además, Niffty se lo había pedido, casi exigido, con una enorme sonrisa de dientes bien afilados.

Cuando él conoció a Vox, este había sido solo un pecador más y había estado tentado en extender un contrato con él. Ese interés duró un segundo o dos hasta que Vox abrió su boca y le demostró que era el Cambio. Personificado, con voz y una horrible actitud. Alastor lo despreció profundamente porque su presencia comenzó a ser un inicio del cambio, como una peste que se llevó aquello que él conocía. Un virus de tubos, cables y engranajes cada vez más pequeños hasta que dejaron de llamarse así. El Infierno cambió, todo su entorno cambió y solo Rosie estuvo ahí para él. Ella le explicó la primera vez siempre era difícil. La primera ocasión en que la realización de la eternidad caía sobre sus hombros podía terminar de romper a cualquier pecador.

Pero era algo más. Vox era el escalón siguiente. Después de la radio venía la televisión. Había una conexión. Una aterradora posibilidad que si Alastor cedía un poco terminaría cambiando como Vox siempre lo hacía y él no lo permitiría. Así que luchó contra el cambio. Luchó contra Vox y eso se volvió su rutina.

En algún giro irónico de su tormento, Vox se había convertido en su...

Alastor miró sus manos, recordando el absurdo pensamiento que había tenido cuando tomó a Vox entre sus manos y se enterró en su espalda. Su piel gris trascendía la obsidiana de Vox. Hasta en eso eran un escalón.

Una risa casi psicótica escapó de sus labios. ¿En qué mundo absurdo estaban viviendo donde un rival se ofrecía a ser devorado y él tomaba aquello que más odiaba y lo aceptaba como una ofrenda? Un mundo sin sentido. Eso era.

Necesitaba aire.

Necesitaba salir de ese hotel.

Necesitaba poner distancia de ese estúpido rol como el niñero de una princesa nacida en el privilegio que creía que estaba siendo de ayuda. ¡Ja! Alastor conocía a la gente así, esa superioridad moral escondida atrás de supuestas buenas acciones. Mujeres de clase alta que ofrecían su ayuda a otros como si estos fueran perros abandonados. Ridículo. Todo ese plan de redención era una ridiculez. Iba a ser un desastre y Alastor estaría ahí para verlo, pero ni siquiera podía disfrutarlo porque él no había decidido estar ahí. Era una obligación que arrancaba su paciencia a tirones.

— ¿Alastor...?

Y hablando de la hija del Diablo.

— ¿Sí, mi querida Charlie? —Él se detuvo a tan solo un paso de la puerta de salida.

— ¿A...? ¿A dónde vas?

— Oh, no tienes de qué preocuparte, mi querida Charlie. Voy a dar un pequeño paseo para disfrutar la brisa de la noche. —Él aseguró, apareciendo su micrófono y usándolo como bastón frente a sus pies—. ¿No amas escuchar los gritos de los desesperados en la oscuridad de esta prisión?

— ...yo... —Charlie forjó una sonrisa, su pequeño rostro de muñeca esforzándose por mantener esa dulzura tan natural en ella—. No, debo decir que no.

— ¡Una lástima! Deberías intentarlo, conocer a tu ciudad es conocer a tu gente, querida. —Él declaró con una amplia sonrisa y se giró—. Si Niffty pregunta por mí, asegúrale que volveré con el apetito de siempre. ¡Oh! —Su cabeza se dejó caer hacia atrás para mirar a la mujer y amplió su sonrisa—. Veo que no has encontrado a alguien para la recepción. Cuando vuelva traeré una carismática sonrisa.

Virtue and ViceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora