El aire se impregnaba de un aroma penetrante y repulsivo, una fusión de humedad, óxido y sudor rancio, entrelazados en un hedor acre e inmisericorde. Este desagradable olor se aferraba obstinadamente a cada rincón del entorno, en un intento desesperado por escapar de esa atmósfera perturbadora, sombría y desoladora.
Hallo un breve alivio en un jirón desgastado de su andrajosa vestimenta, cuyas fibras ásperas y gastadas apenas ofrecían un resquicio de consuelo frente al frío despiadado que se infiltraba sin piedad. La ropa se transformaba en un escudo frágil contra la inclemente temperatura, aunque no lograba evitar que el escalofrío penetrara hasta los rincones más recónditos de su cuerpo.
— ¿Creen que alguien vendrá a rescatarnos? —susurró alguien en medio de la penumbra.
— Yo... No lo sé —
Un sollozo ahogado se deslizaba en el aire, entrelazándose con los susurros de lamentos y las plegarias de niños que ansiaban el regreso a sus hogares. Era un lamento colectivo, un coro desgarrador de la infancia fracturada, que parecía impregnar las paredes desgastadas y desconchadas.
Cada lágrima infantil se alzaba como un testimonio vivo de la traición de aquellos que debían velar por ellos. La penumbra se cernía sobre la escena, mientras la tenue luz de unos lánguidos focos en el pasillo apenas acariciaba los rostros exhaustos y demacrados.
Un gemido lastimero se escapó de los labios de un pequeño niño con cabello enrulado, cuyos ojos brillaban con la inocencia de la infancia, pero también con una tristeza inmensa.
— Extraño mi hogar. Extraño a mi familia. —Sus palabras, pronunciadas con una voz quebrada.
— Todos aquí extrañamos a alguien... —susurró otro niño, sus propios ojos, reflejando la tristeza que todos compartían.
Una puerta oxidada se abrió con un sigiloso chirrido, revelando un resplandor verde y tenebroso que bañó la silueta de dos guardias mientras avanzaban con una deliberada lentitud. Cada uno de sus pasos resonaba ominosamente en medio de los lamentos que emergían desde las profundidades, sus garras afiladas rozaban con malicia los barrotes de las celdas a medida que avanzaban, y cada contacto producía un siniestro crujido metálico. Repentinamente, un escalofriante coro de risas diabólicas resonó en el aire.
— ¡Alerta, alerta, alerta! —
El estruendo ensordecedor de las alarmas resonó a través de la nave, susurrando una sinfonía caótica en los oídos de la tripulación y arrancándome de mis pensamientos. Las luces, en respuesta al pandemonio que se desataba, parpadeaban de manera frenética, sus destellos intermitentes, danzando en un constante vaivén entre tonalidades fucsias y naranjas. Aquella disonancia sensorial, como un hechizo maldito, envolvió a la tripulación en un estado de confusión y desesperación inquebrantable.
— ¡Maldición! ¿Qué demonios está ocurriendo? —gritó con furia, luchando por mantenerse en pie mientras la nave se sacudía bajo el rugir de las alarmas.
— ¡Estamos bajo ataque! Un grupo de naves de asalto nos ha interceptado —resonó la voz de Nalor.
Las pantallas del puente de mando mostraban un caos de destellos rojos y lecturas de sistemas dañados. Mi expresión se volvió más tensa mientras evaluaba las opciones disponibles. Me dirigí hacia el panel de control, mis ojos ágiles escaneando rápidamente los indicadores parpadeantes. La pantalla holográfica mostraba una vista desoladora: una flota de naves enemigas se acercaba velozmente.
— ¡Estamos perdiendo energía en los escudos! Necesitamos redistribuir la potencia de inmediato. Los Sonda-Hack están intentando meterse en el sistema. —exclamó Harlox, un técnico en sistemas Crelorians de piel translúcida y gelatinosa, en tono de alarma que hizo eco en la sala.
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El Enigma del Espacio
RomanceEn los confines insondables del universo, emergieron dos líderes cuyas antipatías destilaban un odio tan ardiente como las estrellas que los rodeaban: Evadne Thorne y el príncipe alienígena Draktharos de Zyphronia. Como chispas de desesperación en...