Capítulo 10

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Mientras mi mente y mi corazón se enzarzaban en un conflicto interno, continué desmontando el comunicador, centrando toda mi atención en la tarea para evitar el contacto visual directo con Draktharos. La atmósfera en la pequeña sala de tecnología estaba cargada de emociones no dichas, y yo necesitaba desesperadamente una distracción para evitar que mi mente se sumergiera en las profundidades de lo que sentía por él.

—Draktharos, ¿por qué insistes tanto en que sea reina de Zyphronia? —pregunté, decidida a romper el incómodo silencio que había caído sobre nosotros.

Él se enderezó, retirándose un paso atrás para darme espacio, y suspiró profundamente antes de responder, como si estuviera buscando las palabras adecuadas en un mar de pensamientos.

—La verdad es que siempre he soñado con tener una reina que me sirva el desayuno en la cama todos los días —contestó con una pausa deliberada.

Mi mano encontró una herramienta en la mesa de trabajo, una herramienta que en ese momento parecía contener todas mis frustraciones. Sin previo aviso, la arrojé hacia él, impulsada por una oleada de emociones incontrolables. Draktharos, con unos reflejos asombrosos, se inclinó hábilmente hacia un lado, esquivando la herramienta por centímetros. Esta impactó la pared detrás de él y cayó al suelo con un estruendo metálico que resonó en toda la habitación.

El semblante de Draktharos reflejó sorpresa por un instante, pero luego, con una chispa de diversión en sus ojos, esbozó una sonrisa, como si mi arrebato hubiera sido un juego inofensivo.

—Parece que tienes una forma bastante peculiar de manifestar tu desacuerdo, ¿no crees? —comentó con una risa sincera, como si mi arrebato hubiera sido un juego inofensivo.

Con un último toque, mi comunicador quedó completamente arreglado, pero la tensión en el aire no había desaparecido.

—Deja de hacer chistes —respondí, con un tono más serio, mi mirada clavada en la suya, buscando respuestas en esos ojos profundos.

—No estaba bromeando cuando dije que quería que fueras mi reina —insistió, su voz resonando con una intensidad que no esperaba.

—Hasta donde yo sé, todavía no eres rey. Sin mencionar que ya serías rey hace mucho tiempo si hubieras querido. Dudo mucho que encontrar una reina habria sido el problema por el cual no te coronarte. —le espeté con una mezcla de ironía y franqueza.

—Oh, no sabía que eras una admiradora mía —bromeó con persistencia

—Por favor, basta —exclamé con un deje de exasperación, consciente de que sus insinuaciones lograban penetrar mi fachada de seriedad.

Luchando contra la sonrisa cómplice que amenazaba con aparecer en mi rostro mientras sus ojos nunca dejaban de brillar con ese destello de rebeldía que me intrigaba y atraía.

—Por el momento, volvamos con los demás.

—Um, por fin dices algo sensato —respondí, tratando de ocultar una sonrisa cómplice ante su indignación fingida, mientras sus ojos nunca dejaban de brillar con ese destello de rebeldía.

Abandonamos el laboratorio de tecnología, sumidos en un silencio incómodo que solo se agravaba con cada paso que resonaba en el pasillo. La tensión entre nosotros vibraba en el aire como una corriente eléctrica invisible, imposible de ignorar.

Mientras caminábamos juntos por los pasillos de la nave, la distancia que nos separaba parecía desvanecerse con cada paso, como si el universo mismo conspirara a nuestro favor. De manera inesperada, su mano rozó la mía, fue un contacto efímero y delicado, pero suficiente para enviarme un escalofrío por toda la espalda.

El Enigma del EspacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora