Prólogo

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Giselle estrechó el cristal celestial entre sus dedos una vez más antes de decidirse a atravesar la barrera que protegía al sector de los magos. Los guardias yacían inconscientes en la entrada. Solo debía avanzar, pero las dudas continuaban carcomiendo su consciencia. Si cometía un error pondría en riesgo la estabilidad del mundo mágico, pero continuar sin respuestas le parecía mucho más aterrador.

—Recuerda. —Una voz la hizo salir de sus pensamientos—. Nunca nadie puede saber que te ayudé, de lo contrario tendré que degollarte mientras duermes.

Alina estaba parada a unos pasos de ella. Una sonrisa burlona surcaba sus labios. Con un movimiento rápido guardó la daga con la que acababa de enfrentarse a los guardias y se marchó por donde había venido. Giselle respiró para calmarse y caminó apresurada por los pasillos desolados del sector. Se recordó a sí misma que los magos solo frecuentaban aquel lugar para tener reuniones importantes por lo que no debía preocuparse.

Giselle no tuvo problemas para encontrar la cámara donde reposaba su madre porque Alina le había dado las instrucciones necesarias. Su corazón pareció detenerse cuando pudo ingresar haciendo uso del cristal. Anemith yacía sobre una cama de piedra en una habitación oscura y cubierta de polvo. Parecía estar dormida porque su piel continuaba reluciente y sus mejillas todavía se hallaban rojas. Llevaba un atuendo negro que resalta sus caderas y su busto. Este tenía un escote bastante pronunciado en el medio del pecho y algunos adornos hechos de piedras preciosas. Su cabello se encontraba suelto y lo habían adornado con una peineta de oro.

Giselle se acercó con cuidado y observó el rostro de su madre por unos segundos. Dos lágrimas rodaron por sus mejillas al tiempo que su corazón comenzaba a acelerarse todavía más. Tomó su mano y la acarició. La mujer que siempre había estado en sus sueños se encontraba allí frente a ella, era real y podía hacerla volver a la vida. Tenía tantas preguntas, tantas dudas por resolver...Sin poder evitarlo volvió a activar el poder del cristal. Necesitaba saber toda la verdad, si su madre era el monstruo que todos odiaban o en el fondo tenía un corazón que se podía salvar.

De repente, unos ojos de color azul cielo atravesaron sus pupilas y aquella mano que yacía entre las suyas se apartó de golpe. Anemith acababa de despertar.

—Mamá...—murmuró Giselle con voz entrecortada. La mujer frunció el ceño como si no entendiera sus palabras y se sentó.

Anemith se tomó unos segundos para procesar todo lo ocurrido antes de caer bajo aquel hechizo de sueño eterno. El sabor de la derrota se apoderó de su cuerpo y la sed de venganza comenzó a carcomer sus entrañas. Los Elegidos, ellos eran los culpables de su caída, no había sido capaz de exterminarlos a todos.

—¿Dónde estoy? —preguntó por fin, pero enseguida su interés se concentró en aquella jovencita que tenía un gran parecido consigo misma.

—Mamá. —Giselle tragó en seco antes de volver a hablar—. Soy tu hija. Soy Giselle.

—¿De qué hablas? —Su voz salió como un trueno—. Mi hija es una bebé...

—Has estado catorce años bajo un hechizo de sueño eterno.

Anemith sintió que todo le daba vueltas y que su respiración comenzaba a agitarse de un modo frenético. Entonces otros recuerdos vinieron a su mente. Anise había hecho todo aquello, no solo la había derrotado, sino que la condenó a perderse los mejores años de su vida. ¿Cómo se atrevió a tanto? Su propia madre...

—Necesito un espejo, niña. —Anemith se puso de pie, pero tuvo que sostenerse de la pared para no caerse. Todavía estaba muy débil. Pudo ver su rostro reflejado en un gran espejo que estaba justo en frente. Había envejecido aunque continuaba manteniendo su atractivo—. No pueden haber pasado catorce años...—Miró a Giselle nuevamente y la examinó con más detenimiento—. ¿De verdad eres mi hija?

Giselle asintió, un poco asustada de lo que fuera a suceder a continuación. Anemith quedó en silencio. Tenía demasiado para procesar.

—¿Qué edad tienes? —preguntó con un poco de desesperación en su voz.

—Tengo quince años—Anemith asintió con frialdad para luego extenderle una mano. Giselle la estrechó sin dudarlo. Ambas quedaron muy juntas—. Necesito que me digas que ha sucedido en todo este tiempo.

—Según lo que me contaron mi abuela tuvo que utilizar el hechizo de sueño para poder preservar la paz del mundo mágico, por eso has estado inconsciente por tanto tiempo.

—Esa desgraciada...—gruñó Anemith—. ¿Qué pasó con tu padre?

Giselle sintió un poco de tristeza al pensar en su padre, pero optó por contarle con rapidez cómo estaba y todo el conflicto que había tenido por intentar quedarse con el brazalete de amatistas.

—Tu padre siempre ha sido un inútil—opinó Anemith con un dejo de enojo en su voz—. Lo único bueno que hizo en su vida fue casarse conmigo. —Giselle no respondió. Su madre sonrió y acarició con delicadeza sus mejillas—. Mi pequeña niña...—dijo con voz suave—. Eres tan inteligente y valiente como siempre quise que fueras. Estoy orgullosa de ti. Ahora necesito que hagas otra cosa por mí.

—Pero, mamá, necesito entender todo antes de...

—Confía en tu madre. —Anemith acarició los cabellos de su hija y besó su frente—. Necesito que me des el cristal celestial. —Giselle dudó, pero la mirada de su madre casi era capaz de obligarla a obedecer—. Volveremos a ser una familia, todos juntos. Te lo prometo.

Finalmente, Giselle obedeció. Anemith sonrió al tener el cristal entre sus dedos.

—Buena niña. Ahora harás lo que yo te diga. Usaré este cristal para poder escapar de Arcadia y nadie lo sabrá, por eso debes quedarte calladita y actuar como si todo estuviera perfecto. Después, volveré por ti y entonces comenzará nuestra venganza.

Giselle quiso contradecirla, pero en ese momento supo que era demasiado tarde. Había tomado una decisión y debía asumir las consecuencias.

Los elegidos y las siete partes del cristal [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora