Verdad y perdón

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Petter volvió a estar en aquel bosque donde había correteado tantas veces en su infancia. Ahora era un niño de pocos años que jugaba a cazar ardillas para intentar acariciarlas, sin importarle que le mordieran los dedos hasta dejárselos lastimados.

—Hijo, ven aquí, abrázame antes de que deba marcharme.

Aquella voz lo hizo sonreír, ilusionado y conmovido. Vivian estaba parada a unos metros de él con los brazos abiertos. Sin dudarlo, corrió para poder abrazarla. Mientras estuvo cobijado en su regazo, sintió que todo cambiaba. Había dejado de ser un niño para convertirse en un adulto que cargaba con un montón de temores y culpas.

—No te vayas de nuevo, te necesito.

—Debo hacerlo, pero por favor, dime que has estado cumpliendo la promesa que me hiciste.

Petter levantó la cabeza para observar los ojos claros de su madre adoptiva que se veían brillantes y avispados, era evidente que estaba feliz de poder verlo otra vez.

—Lo siento. No pude matar a Rosman...

—Solo te pedí una cosa—interrumpió ella con un tono más firme—, que fueras feliz y me has fallado. ¿Por qué no eres feliz, hijo?

Petter pensó en Karla y sonrió. Ella lo hacía feliz, pero las sombras del pasado continuaban atormentándolo cada noche, sin tregua, ni descanso. Luego recordó el cumpleaños junto a su familia, los besos de Leinad, el abrazo de Ernesto, la compañía de Camila. Todas esas cosas lo llenaban y lo hacían sentir amado, aunque no por completo.

—Debes ser feliz.

Vivian besó su frente con ternura y se levantó del suelo. Petter quiso retenerla un poco más, pero ella comenzó a alejarse.

—Espera—gritó—. Quiero quedarme contigo. Por favor, mamá, te necesito.

—No, no perteneces aquí. Ahora ve y haz lo que te pedí. Yo siempre estaré contigo en tus recuerdos.

Petter comenzó a desesperarse, intentó alcanzarla, pero la imagen de su madre se difuminó hasta desaparecer por completo. Pegó un grito de rabia y cayó al suelo de rodillas, con sus manos estrujó las hojas secas de los árboles. Lloró por algunos segundos, hasta que alguien le levantó la barbilla y comenzó a secar sus lágrimas con delicadeza.

—Aylen...—murmuró al reconocer su rostro—. ¿Qué haces aquí?

Aylen estaba sonriendo como la última vez que estuvieron juntos. Petter tocó su rostro con cuidado, intentando comprobar que realmente estuviera allí. Luego apartó la mano y la cerró con impotencia. La culpa regresó de un modo desgarrador.

—Lo siento— murmuró—. No quería. Juro que no quería hacerte daño.

—Tranquilo— siseó Aylen con voz dulce—. Fuiste la única persona que no me trató como una esclava. Me hiciste conocer el verdadero amor, por eso nunca podría odiarte.

—Aylen...—masculló Petter negando con la cabeza. Dos lágrimas resbalaron por sus mejillas. Aquella confesión dolía en lo más profundo porque nunca pudo llegar a sentir lo mismo por ella—. Merecías vivir, yo te robé eso.

—Ahora soy libre. Estoy en un lugar hermoso junto a mi familia. Por fin pude reencontrarme con ellos.

—¿En serio? — preguntó, incrédulo. Aylen asintió con una sonrisa satisfecha en los labios—. No sigas culpándote y sé feliz, por favor.

Petter asintió. Haría todo lo posible por intentar cumplir esa petición. Secó sus lágrimas y observó como ella desaparecía frente a sus ojos, convirtiéndose en polvo dorado. Se levantó, tambaleándose, eran demasiadas emociones para un solo día. Recordó lo que había sucedido antes de caer en esa alucinación, por lo que intentó encontrar a Noah dentro de aquel lugar. Por un momento le pareció verlo a lo lejos, corrió para intentar alcanzarlo, pero cada vez se volvía más lejana aquella familiar figura.

Los elegidos y las siete partes del cristal [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora