Verdades dolorosas

135 33 178
                                    

Las puertas del salón de reuniones del palacio de Nelvreska se abrieron de golpe. Rosman se encontraba sentado en la cabecera de una larga mesa que contaba con doce asientos, a su lado estaba Samtines, junto a otros de sus muchos ministros. Todos quedaron boquiabiertos ante la llegada de aquella inesperada mujer. Ni siquiera los guardias fueron capaces de reaccionar, cada persona que estaba en esa habitación se encontraba igual de perturbada.

—¿Anemith? —murmuró Rosman. Tuvo que pestañear varias veces para darse cuenta de que no era un efecto de su imaginación.

—¿Qué pasa, esposo mío? —habló ella con una sonrisa en el rostro—. ¿No esperabas a tu reina?

—Majestad...—exclamaron algunos de los ministros y se pusieron de pie. Anemith apenas reparó en ellos. Su mirada estaba concentrada en Rosman que continuaba igual de confundido en su lugar.

—Salgan todos—ordenó el rey cuando logró reponerse del estupor. Los ministros obedecieron, no sin antes reverenciar a su reina.

Cuando ambos estuvieron solos, Rosman se puso de pie y observó detalladamente a Anemith. ¿Realmente era ella o alguien le estaba jugando una broma muy pesada?

—¿Quién eres? —preguntó con voz fría. Tenía una mano sobre el cinturón, listo para sacar su espada en caso de ser necesario—. Anemith está muerta...

—Soy yo—respondió Anemith con una sonrisa pícara—. Te lo puedo demostrar si quieres...

Rosman respiró profundo. Sí, tenía que ser ella. Ese tipo de jueguitos eran parte de su exótica personalidad. Intentó relajarse un poco, por lo que tomó una jarra de vino que estaba sobre la mesa y se sirvió una copa.

—¿Cómo es que sigues con vida y recién apareces? —preguntó tras beber un largo sorbo de aquel líquido de color rojizo—. Todo este tiempo he tenido que liderar este reino y además criar a una niña yo solo. ¿Dónde te habías metido?

—¿Qué dónde me había metido? —gruñó Anemith con tono amenazante—. ¿En serio me preguntas dónde me había metido?

Rosman quiso retroceder, pero Anemith fue más rápida. Una de las copas que estaba sobre la mesa salió disparada en su dirección e impactó contra su frente. El rey tuvo que agacharse para esquivar la próxima.

Demonios, Anemith—gruñó Rosman desde su posición. Tenía la mano sobre su ceja herida que comenzaba a sangrar—. ¿Puedes calmarte un segundo?

—¿Sabes dónde estuve todo este tiempo, idiota? —respondió Anemith tras golpear la mesa con su puño—. Estuve bajo un hechizo de sueño en Arcadia y tú ni siquiera fuiste capaz de mover un dedo para ayudarme.

—Ni siquiera sabía que estás viva, maldita loca—protestó Rosman. Sacó un pañuelo para intentar para la hemorragia de su frente—. Si lo hubiera sabido te hubiese traído de vuelta y lo sabes.

—¿De verdad? —Anemith cambió su voz, intentando parecer tierna, pero Rosman sabía que estaba fingiendo, por lo que se preparó para otro ataque—. ¿Y qué pensabas hacer? ¿Ponerme a vivir junto a tu amante?

Nuevamente una ráfaga de copas voló en dirección a la cabeza de Rosman, pero esta vez él logró esquivarlas usando magia. Anemith estaba cada vez más enojada. De sus ojos parecían saltar chispas, como si un demonio la estuviera poseyendo.

—El trato era simple, Rosman—Lo señaló con el dedo índice—. No tendrías otras mujeres, ninguna otra...Solo yo.

—¿Qué parte de que no sabía que estabas viva no entiendes? —resopló Rosman y comenzó a caminar hacia ella, pero Anemith le tiró un puñetazo en cuanto lo tuvo cerca. Él la atrapó entre sus brazos—. Vamos, dejemos de pelear...Mejor, aprovechemos el tiempo que hemos perdido.

Los elegidos y las siete partes del cristal [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora