Los elegidos y las siete partes del cristal [2]

Cicatrices del corazón

Camila suspiró desde su cama.  El sol comenzaba a colarse por las ventanas abiertas de su habitación, anunciando un nuevo día. Apenas pudo dormir esa noche gracias a todo lo sucedido el día anterior. En ese momento solo deseaba escapar muy lejos de allí, pero los barrotes de aquel palacio eran demasiado altos. Resignada, se levantó y caminó hacia el gran espejo. Enseguida reparó en su demacrado aspecto. Ojeras violáceas, ojos rojos, el labio ligeramente partido y un cabello enmarañado que no deseaba peinar. La carta de Alejandro continuaba sobre el tocador. Volvió a leerla y su corazón dolió como la primera vez. Necesitaba verlo cuanto antes, pero sabía que no la dejarían abandonar su recámara.

Alguien golpeó la puerta, Camila pensó que eran las mucamas por lo que decidió no responder. Segundos después, Leinad entró en la habitación. Ambas se miraron con tristeza.

—Oh por dios, cariño —se lamentó al verla tan demacrada. Ambas se abrazaron. Leinad sintió como el cuerpo de su hija comenzaba a sacudirse a causa del llanto—. Tranquila, tranquila, todo estará bien.

Camila se deshizo en sollozos de un modo desesperado, dejando escapar un montón de sentimientos que llevaba escondidos en lo más profundo de su alma.

—No quiero esto, mamá... —murmuró con voz apagada—. Por favor, ayúdame.

Leinad intentó mantenerse fuerte, pero el corazón le dolía al ver a su hija sufriendo de esa manera. Recordó tantos años de tristeza encerrada en aquel mismo palacio, deseando poder escapar con Ernesto y realizar un montón de sueños que nunca logró cumplir, entre ellos estudiar una carrera y servir al pueblo. Quiso criar a sus hijos lejos de todas las responsabilidades del reino, pero le fue imposible escapar de su pasado. 

Camila se recostó en la cama y apoyó la cabeza sobre las rodillas de su madre.

—¿Cómo está Petter? —preguntó. Leinad le acariciaba el cabello con ternura—. Está metido en problemas por mi culpa, ¿verdad?

—Continúa en su habitación, pero te prometo que estará bien. Daniel tampoco es el monstruo que parece.

Camila se sentó de golpe y la encaró con una expresión enojada.

—Me golpeó, mamá, ¿te parece que eso es propio de un abuelo?

Leinad bajó la mirada. Sabía que Daniel tenía un carácter demasiado difícil, era imposible hablar con él y mucho menos irse en su contra, por lo que no supo qué responder.

—¿También te golpeó? —dedujo Camila con voz acusatoria—. Por eso huiste con papá.

—Una vez lo hizo, cuando le dije que no deseaba casarme con Rosman, pero no le guardo rencor por eso —admitió Leinad con voz entristecida—. Lo que realmente me duele es que quiera hacer lo mismo con mis hijos —soltó un suspiro de decepción—. He querido hablarle, pero se niega a recibirme. Daniel es demasiado difícil, jamás dará su brazo a torcer...

—Mamá, realmente estoy enamorada de Alejandro —admitió Camila—. Y si tengo que huir como tú lo hiciste te aseguro que lo haré. No pienso permitir que Daniel continúe manipulando a todos. Tampoco dejaré que se meta con Alejandro.

Leinad la besó en la frente. En el fondo estaba orgullosa de que Camila decidiera luchar por lo que quería sin acobardarse. 

—Quiero mostrarte algo —sacó del bolsillo de su pantalón un pedazo de papel. Luego se lo entregó a Camila—. Las últimas noticias del reino.

Camila observó aquel recorte de periódico y su respiración se aceleró. Había una foto de Alejandro y ella bailando juntos, ambos sonreían como dos enamorados. En el artículo la llamaban la princesa del pueblo y consideraban que podría traer cambios positivos para el reino. El pueblo había salido esa mañana a manifestarse, pero esta vez no utilizaban la violencia, simplemente pedían que su futura reina resolviera los problemas que tenían, incluso le agradecían por el bonito gesto de bailar con un empleado del palacio.