Encrucijada

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Los Elegidos comenzaron una incansable búsqueda por mar y tierra para poder encontrar a Mariana. Durante algunas horas estuvieron recorriendo los alrededores del acantilado, pero mientras más tiempo pasaba más parecían perder las ilusiones. Noah sabía que una caída de esa magnitud podía ser fatal para cualquier ser humano, por lo que las esperanzas de encontrarla con vida eran casi nulas. Aun así, se negaba a desistir.

—Quizás deberíamos parar la búsqueda, está comenzando a anochecer—opinó Petter con cautela, lo último que deseaba era inmiscuirse en aquella situación, pero sintió que era el momento de aceptar que Mariana había muerto. 

Los jóvenes estaban reunidos en el medio de dos acantilados. Desde allí podían observar el mar furioso chocando con las rocas y el sonido de las gaviotas que se acercaban para cazar algún pez. Todos opinaban lo mismo que Petter, pero no se atrevían a contradecir a Noah.

—No podemos buscarla de noche—insistió Petter—. Además, lo más probable es que...

—No lo digas—lo cortó Noah con irritación—. No quiero escucharlo.

Los otros Elegidos quedaron en silencio. Ellos también se encontraban entristecidos con todo lo que había sucedido, a pesar de que apenas conocían a Mariana. Camila se acercó a Noah y le sobó el hombro para intentar tranquilizarlo, este soltó un suspiro. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener las lágrimas dentro. Nadie debía morir, no otra vez.

—Las sirenas y los gordianos la están buscando, tarde o temprano la encontraremos.

—No quiero que alguien más muera, Cami—confesó Noah en voz baja y dos lágrimas rodaron por sus mejillas. Camila lo abrazó sin siquiera dudarlo, ella comprendía por qué se sentía así y odiaba verlo sufrir de esa manera.

—Tranquilo...

Un sonido llamó la atención de los Elegidos. Noah y Camila se separaron de golpe y miraron en dirección al mar. Una sirena se acercaba a la orilla arrastrando un bulto que a simple vista parecía un cuerpo sin vida. Detrás venía otro grupo de las mismas criaturas. Sus rostros serios preocuparon a Noah, quien sin dudarlo esquivó los riscos y se adentró en el agua.  Tras avanzar algunos pasos logró tomar en sus brazos a Mariana.

—Su corazón aún late, pero se apagará en cualquier momento—anunció la sirena.

Noah miró a la joven. Estaba pálida y con los ojos hundidos, como si llevara días sin dormir. Su respiración era inestable, seguramente debido a los golpes recibidos al caer.

—¿Cómo es posible que no se haya ahogado en todo este tiempo? —preguntó con nerviosismo, todavía le costaba asimilar lo que sucedía.

—Ella no es del todo humana, por eso fue la Elegida escogida por nuestra reina para tomar el cristal del océano. Grave error— reconoció la mujer con cierto rencor en su voz.

—¿Qué? —exclamó Noah sin poder creerlo—. No puede ser...

Un gemido lo hizo reaccionar. Mariana intentó moverse en sus brazos, pero enseguida volvió a hacerla perder el conocimiento. Noah no siguió indagando en el pasado de la muchacha, prefirió concentrarse en llevarla hacia el palacio flotante para que las hadas pudieran curar sus heridas.

...

Las horas pasaron. Los Elegidos tuvieron que encontrarse nuevamente esa noche en el Salón de reuniones. Corazón de la Tierra los esperaba, se veía perfectamente, el efecto del hechizo había terminado. Los demás no estaban tan tranquilos, apenas tuvieron tiempo para tomar un baño y curar sus heridas. Además, tenían muchas dudas y temores en su interior.

—¿Qué se supone que haremos ahora? —intervino Jane, logrando acallar un poco los murmullos del resto del grupo—. Lo que ha sucedido hoy demuestra que no podemos enfrentar el poder de Anemith. Es como pretender que un ratón venza a un gato...

Los elegidos y las siete partes del cristal [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora