19- El funeral

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Una lechuza de color pardo se posó en la ventana, dio unos pasos vacilantes hasta que fue capaz de desplegar las alas, y volvió a darse impulso. Sobrevoló la habitación hasta llegar junto a la mujer rubia, liberó el sobre que llevaba en el pico y, dando media vuelta, se marchó por donde había venido.

Narcissa cogió la carta con aire ausente y la dejó a un lado. Sus ojos estaban fijos en el espejo, mientras se peinaba. Sin embargo, algo atrajo su atención, y la mujer dejó el cepillo a un lado para recoger el sobre. El sello de los Greengrass brillaba en el pliegue del pergamino.

Con cuidado, la mujer desplegó la carta sin romper el papel, y leyó lo que en él ponía. Entonces se puso pálida y una exclamación sorda escapó entre sus labios.

No eran buenas noticias.

***

En el castillo Greengrass, los elfos domésticos corrían de un lado a otro sin saber qué hacer. La señora Astoria no había dado órdenes, pero los más voluntariosos habían empezado a cubrir los espejos y a cambiar las cortinas y las alfombras habituales por otras de color negro.

Lo único que había hecho Astoria esa mañana había sido vestirse de luto y sentarse en la cama, junto a su amado Draco. No había permitido que nadie le tocara, ni siquiera Kali, y ella se limitaba a mirarle, con lágrimas en los ojos, mientras le acariciaba el pelo.

Se repetía a sí misma que todo había acabado, y que no volvería a sufrir más, pero los remordimientos por lo que había hecho la atenazaban cada vez más.

Entonces Draco suspiró y abrió los ojos, y por primera vez, Astoria sonrió. El alivio inundó su pecho.

–Hola, dormilón –saludó, tratando de parecer alegre. Draco la miró sin comprender. Aún recordaba la breve conversación que habían mantenido antes de que él se tomase la última poción, y no se fiaba de nada.

–Hola –respondió, girando la cabeza para poder mirarla mejor. No había ninguna copa a la vista. Sin embargo, Astoria estaba llorando–. ¿Qué te pasa?

–Creía que no ibas a despertar –confesó ella–. Has estado muy enfermo.

–¿En serio? –Draco seguía dudando de ella.

–El señor Graham, el medimago de la familia, dijo que te habías intoxicado con el marisco. Cree que tu alergia por las manzanas de alguna forma ha empeorado los síntomas, y que por eso has reaccionado tan mal –Astoria se pasó una mano por la cara, para secarse las lágrimas–. Por un momento pensé que las pociones no harían efecto –sollozó–. Las hice yo misma, no quería que nada saliese mal –nuevas lágrimas brotaron de sus ojos–. Draco, estaba tan preocupada...

–Entonces tú no... –Draco se interrumpió.

Ahora recordaba que durante la cena había notado un sabor extraño, pero no le había dado importancia. Después de todo, el conde había comido hasta reventar.

–Pensabas que te estaba envenenando –terminó ella, en su lugar. Se había puesto muy seria, y parecía dolida.

–Sí, era eso lo que pensaba –Draco decidió ser sincero.

–No te culpo. Estuve a punto de hacerlo –confesó, bajando la vista–. En el brindis, debía haber añadido la droga a tu copa.

–¿Y no lo hiciste?

–Sí, sí lo hice... pero me la quedé yo –explicó Astoria, aún sin mirarle–. En el último segundo, te di la mía.

–Por eso casi no bebiste –recordó él. La miró de arriba abajo, sin comprender–. ¿Y por qué no me lo dijiste? ¡De verdad creía que me iba a morir!

Matrimonio de conveniencia (Draco x Astoria)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora